Entrando al antro lo vi. Me conmovieron tanto sus ojos asustados que el primer impacto y susto que sentí al saber que era un espectro pasó como un suspiro y dejó paso a una compasión infinita que me inundó el estómago porque esa sensación de desamparo ya la había experimentado en mi propia piel.
Soy gente de campo que gracias a mis padres pude venir a estudiar a la ciudad, pero la juventud y los amigos son mala combinación y por eso llegamos a este local, a esta casa vieja del centro histórico de la Ciudad de México ahora convertida en antro de música dark, ruidosa, obscura, inentendible o como sea que se le llame a estos gritos que inundan el espacio, pero eso les gusta a mis amigos.
Me senté a su lado, él me observó intrigado porque nadie, nadie en ese espacio había reparado en su presencia amorfa, etérea, de ¿fantasma? no de los que espanta, de los que están espantados.
Me contó su historia, nada fantástica, nada fuera de lo común. Murió de hambre en una época en la que el hambre era común en los capitalinos (en algunos), y se enamoró de una mujer imposible, también como les pasaba a muchos. Ahora que lo pienso, no creo haya muerto de hambre, seguramente el amor lo mató lentamente, sin darse cuenta, y la vida se le fue escapando en cada suspiro que le ofreció a esa amada.
Pero su pecado se pagó con creces. Cuando nos conocimos, esa mirada, ese espanto que observé en él me impactó tanto... Y cómo no estar así.
Me dijo que lo que más lo volvía loco era el ruido, ese clamor constante e inacabable. De mañana, muy temprano, los ruidos de los automóviles (ahora sabía que así se llamaban ya que en vida sólo había carretas y caballos), después las voces, los gritos, los vendedores que nunca se cansaban de ofrecer sus mercancías. Conforme caía la noche la risa alocada de los jóvenes que poco a poco llenaban ese espacio que en vida había sido su casa, su recámara, el lugar donde suspiraba por ella y donde dejó de vivir recordándola. Ruido, compases estridentes, y cuando había grupos en vivo era peor porque sentía los gritos dentro de su cabeza.
Nos quedamos en silencio, el un poco más relajado después de haberme compartido conmigo su pesar, yo, sólo pensando que no eramos muy diferentes, ambos habíamos perdido esa paz que da el estar a veces solo, a veces lejano, a veces aspirando el aire limpio del campo o de un lugar sin vehículos de combustión.
Después de ese día nos volvimos grandes amigos y ahora compartimos nuestras vidas olvidando el estruendo que hay a nuestro alrededor, añorando él su pasado, yo mi terruño, pero ya no estamos solos, me acompaña desde el más allá y yo le comparto un poco de mi "vida".
Soy gente de campo que gracias a mis padres pude venir a estudiar a la ciudad, pero la juventud y los amigos son mala combinación y por eso llegamos a este local, a esta casa vieja del centro histórico de la Ciudad de México ahora convertida en antro de música dark, ruidosa, obscura, inentendible o como sea que se le llame a estos gritos que inundan el espacio, pero eso les gusta a mis amigos.
Me senté a su lado, él me observó intrigado porque nadie, nadie en ese espacio había reparado en su presencia amorfa, etérea, de ¿fantasma? no de los que espanta, de los que están espantados.
Me contó su historia, nada fantástica, nada fuera de lo común. Murió de hambre en una época en la que el hambre era común en los capitalinos (en algunos), y se enamoró de una mujer imposible, también como les pasaba a muchos. Ahora que lo pienso, no creo haya muerto de hambre, seguramente el amor lo mató lentamente, sin darse cuenta, y la vida se le fue escapando en cada suspiro que le ofreció a esa amada.
Pero su pecado se pagó con creces. Cuando nos conocimos, esa mirada, ese espanto que observé en él me impactó tanto... Y cómo no estar así.
Me dijo que lo que más lo volvía loco era el ruido, ese clamor constante e inacabable. De mañana, muy temprano, los ruidos de los automóviles (ahora sabía que así se llamaban ya que en vida sólo había carretas y caballos), después las voces, los gritos, los vendedores que nunca se cansaban de ofrecer sus mercancías. Conforme caía la noche la risa alocada de los jóvenes que poco a poco llenaban ese espacio que en vida había sido su casa, su recámara, el lugar donde suspiraba por ella y donde dejó de vivir recordándola. Ruido, compases estridentes, y cuando había grupos en vivo era peor porque sentía los gritos dentro de su cabeza.
Nos quedamos en silencio, el un poco más relajado después de haberme compartido conmigo su pesar, yo, sólo pensando que no eramos muy diferentes, ambos habíamos perdido esa paz que da el estar a veces solo, a veces lejano, a veces aspirando el aire limpio del campo o de un lugar sin vehículos de combustión.
Después de ese día nos volvimos grandes amigos y ahora compartimos nuestras vidas olvidando el estruendo que hay a nuestro alrededor, añorando él su pasado, yo mi terruño, pero ya no estamos solos, me acompaña desde el más allá y yo le comparto un poco de mi "vida".
Comentarios
(And realistically, it has NOTHING to do with genetics or some secret-exercise and EVERYTHING related to "HOW" they are eating.)
BTW, What I said is "HOW", and not "what"...
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