Mi muy amada Natalita:
Discúlpeme lo tarde en que le doy respuesta a su último mensaje. No tengo una razón lo suficientemente de peso para no haberme aplicado a la tarea de darle respuesta pronta porque bien sabe que el saber de usted me mueve a querer correr a su lado y no nada más a dedicarle unas cuantas letras. También no le puedo mentir, me conoce hombre de ocupaciones absorbentes y el ser figura pública me hace desentenderme de mis otras actividades privadas que usted tan bien conoce. Pero me sabe ferviente admirador que soy de usted y de su persona y el tiempo se me hace eterno para poder sentarme y escribirle como usted se merece, con el corazón en la mano.
Porque de todos los habitantes del planeta sólo usted Natalita me conoce en el fondo y sabe de mis quebrantos, de este aferrarme a querer ocultar lo emocional que a veces me torno y que el personaje dista mucho del hombre sensible que soy en realidad.
Y así como me oculto sensible, también tengo que ocultar este amor tan intenso que siento por usted, mujer hermosa que en cuanto a parece en la habitación lo ilumina todo con su andar seguro, con la frente alta y la sonrisa siempre dispuesta.
Yo que la he tenido entre mis brazos desearía poder gritarle al mundo que es la mujer más maravillosa del mundo, que su plática me conmueve y su atenta escucha me transporta, que sólo a su lado puedo mostrarme como este ser indefenso que soy y dejar de lado al personaje que todos se han empeñado en construir, al hombre fuerte y recio de campo, al que para obsequiar una caricia tiene qué quitarse la mugre de las manos. Sabe que yo no tolero ni una aspereza en las mías.
Pero a veces el personaje se apodera del hombre y sólo es con usted que el Don Juan, el conquistador arrebatado se vuelve niño indefenso y usted con su plática interesante, con sus atenciones de mujer que se sabe obsequiar me hace recordar quién soy realmente y no sabe lo liberador que es el no tener que actuar en su alcoba, dejarme consentir y soñar en su regazo y abandonarme, dormir y vivir tranquilo entre sus brazos.
Pero todo esto usted ya lo sabe. ¡Se lo he confesado tantas veces en la quietud que precede al encuentro, al roce de las carnes! Hoy mis letras son por desgracia un mal para ambos.
Me voy señora mía, la dejo amada anónima que nadie conoce pero que solo yo sé que es a quien amo. Este mal que me aqueja y del que ya le había contado me carcome por dentro y es aquí en donde el chiquillo asustado sale a flote y ya no tiene miedo de llorar inconsolable.
Me alienta el reencuento con usted, pero el pensamiento de que me vea convertido en guiñapo y consumido por el dolor o ausente de este mundo por el poder de los calmantes que cada día son en dosis mayores, me hace atreverme a firmarle aquí mi despedida, pero sintiendo con ésta un dolor mucho mayor al que siento por este mal que me está carcomiendo las entrañas.
Usted sabe bien quién soy en realidad, un hombre que no quiere ser ni agresivo ni macho, mucho menos prepotente, soy un hombre que sabe amar pero que las circunstancias me han llevado a tener que ser sólo un personaje más de mi propia vida.
En fin, que como bien se dará cuenta, no quiero despedirme, pero tampoco quiero que usted se preocupe demasiado por mi y sepa que hasta en el último momento de esta ahora dolorosa vida mi última mirada, mi último suspiro y mi último pensamiento será para usted, para esa mujer valiente que me dio la oportunidad de reencontrarme con mi sensibilidad.
La amo.
Suyo afectuosamente.
Pedro.
Discúlpeme lo tarde en que le doy respuesta a su último mensaje. No tengo una razón lo suficientemente de peso para no haberme aplicado a la tarea de darle respuesta pronta porque bien sabe que el saber de usted me mueve a querer correr a su lado y no nada más a dedicarle unas cuantas letras. También no le puedo mentir, me conoce hombre de ocupaciones absorbentes y el ser figura pública me hace desentenderme de mis otras actividades privadas que usted tan bien conoce. Pero me sabe ferviente admirador que soy de usted y de su persona y el tiempo se me hace eterno para poder sentarme y escribirle como usted se merece, con el corazón en la mano.
Porque de todos los habitantes del planeta sólo usted Natalita me conoce en el fondo y sabe de mis quebrantos, de este aferrarme a querer ocultar lo emocional que a veces me torno y que el personaje dista mucho del hombre sensible que soy en realidad.
Y así como me oculto sensible, también tengo que ocultar este amor tan intenso que siento por usted, mujer hermosa que en cuanto a parece en la habitación lo ilumina todo con su andar seguro, con la frente alta y la sonrisa siempre dispuesta.
Yo que la he tenido entre mis brazos desearía poder gritarle al mundo que es la mujer más maravillosa del mundo, que su plática me conmueve y su atenta escucha me transporta, que sólo a su lado puedo mostrarme como este ser indefenso que soy y dejar de lado al personaje que todos se han empeñado en construir, al hombre fuerte y recio de campo, al que para obsequiar una caricia tiene qué quitarse la mugre de las manos. Sabe que yo no tolero ni una aspereza en las mías.
Pero a veces el personaje se apodera del hombre y sólo es con usted que el Don Juan, el conquistador arrebatado se vuelve niño indefenso y usted con su plática interesante, con sus atenciones de mujer que se sabe obsequiar me hace recordar quién soy realmente y no sabe lo liberador que es el no tener que actuar en su alcoba, dejarme consentir y soñar en su regazo y abandonarme, dormir y vivir tranquilo entre sus brazos.
Pero todo esto usted ya lo sabe. ¡Se lo he confesado tantas veces en la quietud que precede al encuentro, al roce de las carnes! Hoy mis letras son por desgracia un mal para ambos.
Me voy señora mía, la dejo amada anónima que nadie conoce pero que solo yo sé que es a quien amo. Este mal que me aqueja y del que ya le había contado me carcome por dentro y es aquí en donde el chiquillo asustado sale a flote y ya no tiene miedo de llorar inconsolable.
Me alienta el reencuento con usted, pero el pensamiento de que me vea convertido en guiñapo y consumido por el dolor o ausente de este mundo por el poder de los calmantes que cada día son en dosis mayores, me hace atreverme a firmarle aquí mi despedida, pero sintiendo con ésta un dolor mucho mayor al que siento por este mal que me está carcomiendo las entrañas.
Usted sabe bien quién soy en realidad, un hombre que no quiere ser ni agresivo ni macho, mucho menos prepotente, soy un hombre que sabe amar pero que las circunstancias me han llevado a tener que ser sólo un personaje más de mi propia vida.
En fin, que como bien se dará cuenta, no quiero despedirme, pero tampoco quiero que usted se preocupe demasiado por mi y sepa que hasta en el último momento de esta ahora dolorosa vida mi última mirada, mi último suspiro y mi último pensamiento será para usted, para esa mujer valiente que me dio la oportunidad de reencontrarme con mi sensibilidad.
La amo.
Suyo afectuosamente.
Pedro.
Comentarios
a lo mero macho
Felicitaciones Nata querida
lástima que ya no queden hombres así, definitivamente se extingieron
estamos sonadas jajaja
hay que puro inventarselos;)
Besitos y feliz inicio de semana