El sobre le llegó amarillento y viejo. El cartero le dio una larga explicación que no entendió del todo sobre departamentos, traspapeleos, omisiones, un casillero equivocado y demás circunstancias que lo obligaron a ofrecerle disculpas por esa entrega retardada de más de diez años.
No obstante lo gastado del sobre y lo viejo del papel, reconoció aquella letra en el remitente.
Intrigado y sorprendido cerró la puerta y con mucho cuidado abrió la carta. Al sacar la tarjeta, tan característica de ella, su perfume inundó la estancia.
La recordó sonriente, dispuesta siempre a cumplir cualquier capricho en la cama. La rememoró desnuda, apasionada, húmeda, amorosa.
Le saltaron una a una las imágenes de todos los encuentros que tuvieron dentro y fuera de la casa, en lugares absurdos, en sitios prohibidos. Le revivieron las ganas por ella y por poseer su cuerpo.
Una sola palabra. Así era ella. En una sola palabra encerraba todos esos días previos de silencio en que por una tontería se habían disgustado y después de ese disgusto, ella no dio señales de vida y él pensó que la había perdido para siempre.
Tan para siempre que diez años después, seguía sin saber nada de ella.
“VEN”. Contundente, directo, lleno de disculpas, colmado de promesas de una noche más de esas mil y una que se habían prometido llenas de sexo y de pasión.
“Ven”; amoroso y cómplice. Disculpa implícita y promesa a futuro de que todo seguiría igual, de que eran el uno para el otro, de que ella no podía vivir sin él y de que él por supuesto también la seguía deseando como siempre, como la eternidad.
“ven”; suplicante, gritado a la distancia sin el atrevimiento de decirlo cara a cara por el miedo a no ser aceptada pero con la certeza de que si se lo hacía llegar así, por medio de esa carta, él entendería.
“ven”, pequeño, niño, lleno de miedos porque sabía que incluso sabiendo que se amaban, él podría haberlo olvidado, haberla olvidado.
Se le aflojaron las manos, el sobre quedó abandonado en su entrepierna como había él mismo quedado abandonado como tantas veces en la entrepierna de otros cuerpos, en las ganas de otras mujeres, en la necesidad de olvidarla llenando su recuerdo de otros sabores que no fueran los de ella.
Era tanta la distancia que había entre ese “VEN” tajante y el que lo leía ahora, que se supo vencido ante este tiempo transcurrido y esas ganas de volverla a ver.
No supo qué hacer, sólo atinó a tomar la pluma y escribir con sus manos temblorosas aquella palabra que ella ahora ya no esperaba porque sabía que se habían perdido. “Ahí esta… Ya no pudo terminar la frase porque las lágrimas le impidieron hacerlo.
No obstante lo gastado del sobre y lo viejo del papel, reconoció aquella letra en el remitente.
Intrigado y sorprendido cerró la puerta y con mucho cuidado abrió la carta. Al sacar la tarjeta, tan característica de ella, su perfume inundó la estancia.
La recordó sonriente, dispuesta siempre a cumplir cualquier capricho en la cama. La rememoró desnuda, apasionada, húmeda, amorosa.
Le saltaron una a una las imágenes de todos los encuentros que tuvieron dentro y fuera de la casa, en lugares absurdos, en sitios prohibidos. Le revivieron las ganas por ella y por poseer su cuerpo.
Una sola palabra. Así era ella. En una sola palabra encerraba todos esos días previos de silencio en que por una tontería se habían disgustado y después de ese disgusto, ella no dio señales de vida y él pensó que la había perdido para siempre.
Tan para siempre que diez años después, seguía sin saber nada de ella.
“VEN”. Contundente, directo, lleno de disculpas, colmado de promesas de una noche más de esas mil y una que se habían prometido llenas de sexo y de pasión.
“Ven”; amoroso y cómplice. Disculpa implícita y promesa a futuro de que todo seguiría igual, de que eran el uno para el otro, de que ella no podía vivir sin él y de que él por supuesto también la seguía deseando como siempre, como la eternidad.
“ven”; suplicante, gritado a la distancia sin el atrevimiento de decirlo cara a cara por el miedo a no ser aceptada pero con la certeza de que si se lo hacía llegar así, por medio de esa carta, él entendería.
“ven”, pequeño, niño, lleno de miedos porque sabía que incluso sabiendo que se amaban, él podría haberlo olvidado, haberla olvidado.
Se le aflojaron las manos, el sobre quedó abandonado en su entrepierna como había él mismo quedado abandonado como tantas veces en la entrepierna de otros cuerpos, en las ganas de otras mujeres, en la necesidad de olvidarla llenando su recuerdo de otros sabores que no fueran los de ella.
Era tanta la distancia que había entre ese “VEN” tajante y el que lo leía ahora, que se supo vencido ante este tiempo transcurrido y esas ganas de volverla a ver.
No supo qué hacer, sólo atinó a tomar la pluma y escribir con sus manos temblorosas aquella palabra que ella ahora ya no esperaba porque sabía que se habían perdido. “Ahí esta… Ya no pudo terminar la frase porque las lágrimas le impidieron hacerlo.
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