¡Alto! ¡Detente! ¿Dónde vas con esa carrera frenética y acelerada?
Pienso y me disculpo con un simple, ¡sólo así me siento viva!
Cumpliendo proyectos, enfrentando desvaríos, capoteando impertinencias, disfrutando claro-obscuros.
El transcurrir de las situaciones no me lleva a ningún lado porque hace mucho que ya no voy a ningún lado y nada hace la diferencia de ahora a cuando tenía un propósito.
La ciudad apesta, la gente es corrupta, la amistad se transgrede con el veneno inyectado por el colmillo en un extremo y el cascabel en el otro.
La paz va poco a poco inundando el cuerpo abatido pero no es una paz satisfactoria, es el resultado de un cansancio extremo que va dejando a las extremidades llenas de ámpulas que no se ven pero se sienten como si fueran.
Virginia es absurdamente incoherente pero deliciosamente evocadora. Ahora entiendo por qué el amor que se le tiene y el absurdo que representa.
Charlotte feminista se muestra a si misma como ser desvalidamente inteligente y ahora entiendo por qué su transcurrir con pena y sin gloria.
¿Pero qué importan ellas si son historia pasada? ¿Por qué en este momento me llenan de complicaciones pero también de esta necesidad de pensarlas y apoderarme de su frenesí, de esta explicación de una realidad al pastel que no se escribe ni se describe, sólo se transcurre.
Materias pendientes, tareas cumplidas, trabajos, ensayos, discursos por preparar. La maternidad también anda sobre bicicleta corriendo de un lado a otro sin freno y sin descanso. El crio sólo sabe de felicidades y su discurso crece junto con sus extremidades. Piensas -¡Es tan brillante!
Y aún a estas alturas del discurso nada importa y vuelvo a retomar la sentencia de hace algunos días: “La vida és, nada más, sólo és”.
Me siento absurdamente complicada pero mediocremente feliz. Con esa felicidad que da el saberse mala y perversa pero sin poder decirlo a nadie por temor a lastimar.
¿Absurdo? No. Intrigante y delicioso.
Pienso y me disculpo con un simple, ¡sólo así me siento viva!
Cumpliendo proyectos, enfrentando desvaríos, capoteando impertinencias, disfrutando claro-obscuros.
El transcurrir de las situaciones no me lleva a ningún lado porque hace mucho que ya no voy a ningún lado y nada hace la diferencia de ahora a cuando tenía un propósito.
La ciudad apesta, la gente es corrupta, la amistad se transgrede con el veneno inyectado por el colmillo en un extremo y el cascabel en el otro.
La paz va poco a poco inundando el cuerpo abatido pero no es una paz satisfactoria, es el resultado de un cansancio extremo que va dejando a las extremidades llenas de ámpulas que no se ven pero se sienten como si fueran.
Virginia es absurdamente incoherente pero deliciosamente evocadora. Ahora entiendo por qué el amor que se le tiene y el absurdo que representa.
Charlotte feminista se muestra a si misma como ser desvalidamente inteligente y ahora entiendo por qué su transcurrir con pena y sin gloria.
¿Pero qué importan ellas si son historia pasada? ¿Por qué en este momento me llenan de complicaciones pero también de esta necesidad de pensarlas y apoderarme de su frenesí, de esta explicación de una realidad al pastel que no se escribe ni se describe, sólo se transcurre.
Materias pendientes, tareas cumplidas, trabajos, ensayos, discursos por preparar. La maternidad también anda sobre bicicleta corriendo de un lado a otro sin freno y sin descanso. El crio sólo sabe de felicidades y su discurso crece junto con sus extremidades. Piensas -¡Es tan brillante!
Y aún a estas alturas del discurso nada importa y vuelvo a retomar la sentencia de hace algunos días: “La vida és, nada más, sólo és”.
Me siento absurdamente complicada pero mediocremente feliz. Con esa felicidad que da el saberse mala y perversa pero sin poder decirlo a nadie por temor a lastimar.
¿Absurdo? No. Intrigante y delicioso.
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