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Entró azotando la puerta del pequeño departamento que compartía con su soledad.

Se tumbó en su sillón favorito y el dolor de estómago le recordaba el malestar que poco a poco fue creciendo y le indujo el vómito.

Sintió las horcajadas y las vocales y las consonantes salieron expulsadas sin control.

Mayúsculas, minúsculas, puntos y seguidos recorrieron sin control la garganta y salieron escupidos salpicando muebles y televisor.

Los signos de admiración le dolían en la garganta en cada expulsión pero no podía detener ni el asco ni la necesidad de su cuerpo de expulsar todo aquello que la molestaba, le dolía, la hacía sentir sólo pequeños párrafos en esa historia compartida.

Dos puntos, y las viñetas llenaban uno, dos, tres niveles interminables y las letras bold le desgarraban las ideas.

Puntos suspensivos.

Arremolinada en ese, su sillón favorito logró conseguir la calma y las interrogaciones desfilaron una a una acompañada de los infaltables por qué, para qué, quién, dónde, cómo, etc.

A, ante, para, por, de, desde… fluían ahora con un poco más de calma pero sin quitar el dedo del renglón de los guiones de los argumentos. Comillas, incluso porcentaje, todo desfilaba ahora en una danza rítmica en donde la seguridad volvió a su vida y la cabeza se fue enfriando poco a poco.

Dos comas resbalaron sin pudor por sus mejillas cuando logró tomar una decisión.

Tomó el teléfono, le marcó una vez y colgó, dos veces y la abandonó el valor; en la tercera ocasión por fin esperó en la línea a que él contestara y al escuchar esa voz diabólicamente encantadora, no tuvo nada qué decir.

Estaba perdida. Había vuelto a caer en las garras del literato.

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