El sudor le mojaba la frente y la respiración acelerada le retumbaba en los oídos.
Instintivamente estiró el brazo para sentir en la penumbra el bulto a su lado y la suavidad de la tela lo reconfortó y le espantó los temores.
La pesadilla era recurrente, la imagen de ella con los ojos clavados en la nada y sin poder atrapar el aire suficiente para continuar con vida.
Al amanecer él, como todos los días, se alistó para salir a ganarse la vida, preparó desayuno, tomó una ducha rápida, tomó cartera, llaves, identificaciones y con un beso se despidió de ella como todos los días.
Casi lo olvidaba. Deshizo sus pasos para regresar a la recámara y con todo el amor del mundo reacomodó el enorme almohadón que hacía más de cinco años, era su compañero de sueño.
Volvió a tomar la foto entre sus manos, repitió el beso de despedida para su mujer ya fallecida esos mismos cinco años del sueño recurrente y con una sonrisa absurda, salió a seguir con su rutina. Esa rutina que había aprendido a construir para poder vivir sin ella, sin su eterna amada.
Instintivamente estiró el brazo para sentir en la penumbra el bulto a su lado y la suavidad de la tela lo reconfortó y le espantó los temores.
La pesadilla era recurrente, la imagen de ella con los ojos clavados en la nada y sin poder atrapar el aire suficiente para continuar con vida.
Al amanecer él, como todos los días, se alistó para salir a ganarse la vida, preparó desayuno, tomó una ducha rápida, tomó cartera, llaves, identificaciones y con un beso se despidió de ella como todos los días.
Casi lo olvidaba. Deshizo sus pasos para regresar a la recámara y con todo el amor del mundo reacomodó el enorme almohadón que hacía más de cinco años, era su compañero de sueño.
Volvió a tomar la foto entre sus manos, repitió el beso de despedida para su mujer ya fallecida esos mismos cinco años del sueño recurrente y con una sonrisa absurda, salió a seguir con su rutina. Esa rutina que había aprendido a construir para poder vivir sin ella, sin su eterna amada.
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