Él tenía un extraño padecimiento. Sufría dislexia amorosa, es decir, hacía una mezcla entre el sentimiento y la demostración de este.
Digamos que una mujer le era completamente indiferente. Supongamos que incluso sentía cierta antipatía por ella. Pues bien, comenzaba a acercarse y a hablarle, a llamar su atención, a enviarle mensajes constantemente y con ello lograba fastidiarla a tal grado que algunas incluso llegaron a levantarle actas por acoso. Así terminaban completamente alejadas de él.
Pero si por el contrario la chica en cuestión le atraía, eran compatibles intelectual y sexualmente y se sentía compenetrado. Se alejaba, se volvía callado y arisco, no tenía ni la más mínima atención en llamarle o saber de ella, mucho menos expresarle con palabras todo ese sentimiento que tal intimidad le provocaba.
Un día de tantos encontró al amor de su vida.
Ciertamente era una joven extraordinaria, llena de brillo, inteligente sin caer en el aburrimiento y bien formada sin llegar a la anorexia.
Por desgracia para ambos, ella sufría la misma discapacidad que él.
Sólo se encontraron una vez. Sólo se amaron apasionadamente una única ocasión. Sólo supieron que eran el uno para el otro en esa noche apasionada en que las palabras, las caricias, los suspiros y las compenetraciones se los dejaron a ambos muy claro.
Al día siguiente ella no lo buscó y él no hizo el menor intento por saber de ella, pero ambos, en sus respectivos hemisferios conservaron una sonrisa enigmática porque sabían que en alguna parte, había alguien que correspondía plenamente a ese amor que cada uno sentía.
Desde ese día ambos fueron completamente felices.
Digamos que una mujer le era completamente indiferente. Supongamos que incluso sentía cierta antipatía por ella. Pues bien, comenzaba a acercarse y a hablarle, a llamar su atención, a enviarle mensajes constantemente y con ello lograba fastidiarla a tal grado que algunas incluso llegaron a levantarle actas por acoso. Así terminaban completamente alejadas de él.
Pero si por el contrario la chica en cuestión le atraía, eran compatibles intelectual y sexualmente y se sentía compenetrado. Se alejaba, se volvía callado y arisco, no tenía ni la más mínima atención en llamarle o saber de ella, mucho menos expresarle con palabras todo ese sentimiento que tal intimidad le provocaba.
Un día de tantos encontró al amor de su vida.
Ciertamente era una joven extraordinaria, llena de brillo, inteligente sin caer en el aburrimiento y bien formada sin llegar a la anorexia.
Por desgracia para ambos, ella sufría la misma discapacidad que él.
Sólo se encontraron una vez. Sólo se amaron apasionadamente una única ocasión. Sólo supieron que eran el uno para el otro en esa noche apasionada en que las palabras, las caricias, los suspiros y las compenetraciones se los dejaron a ambos muy claro.
Al día siguiente ella no lo buscó y él no hizo el menor intento por saber de ella, pero ambos, en sus respectivos hemisferios conservaron una sonrisa enigmática porque sabían que en alguna parte, había alguien que correspondía plenamente a ese amor que cada uno sentía.
Desde ese día ambos fueron completamente felices.
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