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Salto cuántico

Con la mirada fija en la costura su mente comenzó a darle vuelta a varios asuntos.
Sus hijos estaban ya dormidos y ella esperaba, simplemente esperaba a que llegara su marido de su ¿junta de negocios? Qué absurdo, si las cosas se dijeran como eran, incluso la vida sería más fácil.
Todas le decían que era una mujer afortunada con un marido guapo y trabajador, que si bien siempre tenía ¿reuniones? a ella nunca le faltaba nada y era de las mujeres mejor vestidas y más respetadas de la ciudad.

Cerró los ojos y se sintió transportada, llevada por el tiempo y la distancia. ¿O fue un desmayo o alguna visión?
Se soñó en un lugar maravilloso, con paredes transparente y luces brillantes. Desde donde estaba se alcanzaba a visualizar un sin número de farolas brillantes, pero eran tantas que incluso de noche se le ocurrió que bien podría parecer una ciudad de día.

A su alrededor todo estaba perfectamente bien ordenado y en su escritorio encontró las fotos de sus tres hijos, iguales en lo físico pero con unas ropas que desconocía.
Incluso observó la escasa ropa que ella misma portaba y se escandalizó por lo diminuto de la falda y tanta y tanta piel que exponía, pero se sentía a gusto, cómoda. Pasada la pena incluso le gustaba cómo se veía.

Por ningún lado encontró la fotografía de su marido. La curiosidad la llevó a investigar toda la habitación y encontró aparatos sorprendentes máquinas en extremo pequeñas pero que emitían zumbidos, sonidos, música.

De un aparato desconocido para ella que tenía imágenes que cambiaban a cada momento, salía música, pero no encontró el cilindro que la producía, mucho menos algún órgano que la reprodujera o cualquier aparato para tal fin. ¿Dónde estaba la orquesta? La nitidez era perfecta, como si el sonido la inundara en un concierto en vivo, justo en ese lugar.

Seguía sorprendida pero por alguna extraña razón no sentía miedo. Se sentía segura, respetada, y sobre todo, libre.

Cerró los ojos y volvió a sentirse transportada.

De nuevo en su enorme caserón y con la costura en el regazo, se sobresaltó con el sonido de la puerta de entrada. Su marido entró y con un beso en la frente le dio las buenas noches. En balde la espera porque ni siquiera pidió la cena.

Pero algo se movió en su interior. Sabía que de ese día en adelante, lucharía por que sus dos hijas llegaran a verse como ella se vio en su sueño. No quería para ellas esa vida de engaños y de soportar infidelidades, de tener qué ser respetadas por el hombre con que vivieran y no por ellas mismas.

En su mente, se gestó la primera de muchas ideas feministas, aunque por supuesto, el término ni siquiera lo conocía.

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