Mujer ejecutiva sabedora de lo que quiere y luchando todos los días por lo que no ha logrado, se desenvuelve como cualquier joven mujer de su época.
Tiene treinta y dos años, un puesto de directora en una empresa importante, estudios de maestría y respaldados con dos idiomas que habla y entiende a la perfección. Vive sola y los fines de semana divide su tiempo entre las parrandas de la oficina y las visitas a sus padres a las afueras de la ciudad. Adora a sus padres, pero las cosas han cambiado mucho en esas visitas. Ambos ancianos y enfermos, nada más verla llegar, se suben al automóvil y parten a un balneario, a la playa cercana, a que les de un poco de sol y no atrofiarse. La casa, el hogar, queda siempre vacío.
Por otro lado no tiene pareja, ¿Cómo hacerlo? Si sus largas jornadas de trabajo a duras penas le dejan tiempo para intercambiar información personal. Todo son cifras, proyectos, planeación y logística. Y los viernes de antro con los compañeros de oficina son imposibles. El ruido estridente no da pie a la intimidad.
Pero como es mujer moderna, de repente tiene encuentros sexuales con algún conocido y estos se dan frecuentemente a la hora de la comida. Así es que o come o coge.
Y no es que sea fea, al contrario. En las madrugadas acude a un gimnasio y quema los pequeños excesos que de repente tiene en el comer. Sus rasgos son armoniosos y llenos de una luminosidad que pocas como ella tienen, porque si bien es como todas, tiene un secreto.
Una vez a la semana terminando las labores huye literalmente a refugiarse a su moderno y amplio departamento completamente equipado y amueblado.
Desde que comienza a dar vuelta a la llave de la puerta el ritual toma forma.
Se despoja primero de los tacones. La chaqueta o el saco, terminan colgados en el perchero. Se suelta el pelo. Se quita aretes, pulseras, collares y demás joyas que le den valor superficial. Se calza unas pantuflas insignificantes y se enfunda un viejo delantal que guarda celosamente lejos de la vista de quienes la visitan e incluso de la señora que cada tercer día le hace la limpieza del poco polvo que se acumula en el departamento.
Enfundada en su atuendo cómodo y hogareño busca en su librero la vieja libreta de pasta dura color verde que denota años por dentro y por fuera. La toma con cuidado, la observa, la huele amorosamente porque sabe que los olores mueven recuerdos y despacio la abre en el lugar marcado con anticipación.
Despacio y recreando la vista con la hermosa letra manuscrita se dirige a la cocina y abriendo gavetas y refrigerador va sacando poco a poco los ingredientes.
Ya lista, comienza la magia. Corta, parte, macera, engrasa, enmolda, desmolda, separa, junta, incorpora, bate, hornea, cocina, termina…
El departamento se llena de olores exóticos. Los vecinos creen que son los efluvios de una pastelería que se encuentra muy cerca. ¿Quién se va a imaginar que una chica tan sola y tan moderna pueda ser la causante de tan deliciosos aromas?
Arregla la mesa con adornos naturales, acomoda platos, vasos, cubiertos, utensilios para una sola persona. Sirve y corta, separa y se prepara para degustar su platillo.
Una vez todo listo, corre a su recámara a vestir una vieja pillama de franela que de tantos años ya ha perdido color y forma pero sigue siendo su favorita.
Se sienta a la mesa con toda la ceremonia que el banquete merece y cerrando los ojos comienza a degustar el platillo que esa noche fue el elegido.
Con el primer bocado estalla el llanto, a la mitad llega la risa y por último, ya con el postre en mano, llega la calma.
Relajada y haciendo sobremesa, comienza el monólogo dando opinión crítica y sincera a su otra ella imaginaria pormenorizando el resultado de los platillos. Discute textura, sabor, tiempo de cocción, hace anotaciones en el viejo libro y hace un repaso de las cientos de recetas para planear la de la semana siguiente.
Terminada la magia, el recuerdo de los olores de la infancia y el tedio de lavar trastos y de dejar la cocina impecable (no quiere que la señora de la limpieza sospeche), la devuelven a ésta su realidad actual a la que por una noche logró engañar y en su máquina del tiempo culinaria recreó antiguos gustos.
Por una noche, volvió a su hogar, convivió con la enorme cocina de su madre y recordó lo feliz que había sido.
Retomando fuerzas para terminar la ardua semana, duerme feliz.
Tiene treinta y dos años, un puesto de directora en una empresa importante, estudios de maestría y respaldados con dos idiomas que habla y entiende a la perfección. Vive sola y los fines de semana divide su tiempo entre las parrandas de la oficina y las visitas a sus padres a las afueras de la ciudad. Adora a sus padres, pero las cosas han cambiado mucho en esas visitas. Ambos ancianos y enfermos, nada más verla llegar, se suben al automóvil y parten a un balneario, a la playa cercana, a que les de un poco de sol y no atrofiarse. La casa, el hogar, queda siempre vacío.
Por otro lado no tiene pareja, ¿Cómo hacerlo? Si sus largas jornadas de trabajo a duras penas le dejan tiempo para intercambiar información personal. Todo son cifras, proyectos, planeación y logística. Y los viernes de antro con los compañeros de oficina son imposibles. El ruido estridente no da pie a la intimidad.
Pero como es mujer moderna, de repente tiene encuentros sexuales con algún conocido y estos se dan frecuentemente a la hora de la comida. Así es que o come o coge.
Y no es que sea fea, al contrario. En las madrugadas acude a un gimnasio y quema los pequeños excesos que de repente tiene en el comer. Sus rasgos son armoniosos y llenos de una luminosidad que pocas como ella tienen, porque si bien es como todas, tiene un secreto.
Una vez a la semana terminando las labores huye literalmente a refugiarse a su moderno y amplio departamento completamente equipado y amueblado.
Desde que comienza a dar vuelta a la llave de la puerta el ritual toma forma.
Se despoja primero de los tacones. La chaqueta o el saco, terminan colgados en el perchero. Se suelta el pelo. Se quita aretes, pulseras, collares y demás joyas que le den valor superficial. Se calza unas pantuflas insignificantes y se enfunda un viejo delantal que guarda celosamente lejos de la vista de quienes la visitan e incluso de la señora que cada tercer día le hace la limpieza del poco polvo que se acumula en el departamento.
Enfundada en su atuendo cómodo y hogareño busca en su librero la vieja libreta de pasta dura color verde que denota años por dentro y por fuera. La toma con cuidado, la observa, la huele amorosamente porque sabe que los olores mueven recuerdos y despacio la abre en el lugar marcado con anticipación.
Despacio y recreando la vista con la hermosa letra manuscrita se dirige a la cocina y abriendo gavetas y refrigerador va sacando poco a poco los ingredientes.
Ya lista, comienza la magia. Corta, parte, macera, engrasa, enmolda, desmolda, separa, junta, incorpora, bate, hornea, cocina, termina…
El departamento se llena de olores exóticos. Los vecinos creen que son los efluvios de una pastelería que se encuentra muy cerca. ¿Quién se va a imaginar que una chica tan sola y tan moderna pueda ser la causante de tan deliciosos aromas?
Arregla la mesa con adornos naturales, acomoda platos, vasos, cubiertos, utensilios para una sola persona. Sirve y corta, separa y se prepara para degustar su platillo.
Una vez todo listo, corre a su recámara a vestir una vieja pillama de franela que de tantos años ya ha perdido color y forma pero sigue siendo su favorita.
Se sienta a la mesa con toda la ceremonia que el banquete merece y cerrando los ojos comienza a degustar el platillo que esa noche fue el elegido.
Con el primer bocado estalla el llanto, a la mitad llega la risa y por último, ya con el postre en mano, llega la calma.
Relajada y haciendo sobremesa, comienza el monólogo dando opinión crítica y sincera a su otra ella imaginaria pormenorizando el resultado de los platillos. Discute textura, sabor, tiempo de cocción, hace anotaciones en el viejo libro y hace un repaso de las cientos de recetas para planear la de la semana siguiente.
Terminada la magia, el recuerdo de los olores de la infancia y el tedio de lavar trastos y de dejar la cocina impecable (no quiere que la señora de la limpieza sospeche), la devuelven a ésta su realidad actual a la que por una noche logró engañar y en su máquina del tiempo culinaria recreó antiguos gustos.
Por una noche, volvió a su hogar, convivió con la enorme cocina de su madre y recordó lo feliz que había sido.
Retomando fuerzas para terminar la ardua semana, duerme feliz.
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