Ir al contenido principal

La cita

¡Ay, que ya se acerca la fecha y todavía no se qué ponerme! ¿Blanco, negro? ¡No, hoy quiero salir de lo común y creo que me inclino por el rojo!
Pero todos los años es lo mismo, que me agarran las carreras y que siento que no llego a tiempo.
¿Cómo estarán mis hijos? Grandes todos y ya con nietos. Los supimos hacer hombres y mujeres de bien y creo que siempre hemos estado orgullosos. ¡Los quiero tanto!
Mis hermanas y hermanos ya cada vez son más, pero nunca vienen para acá. Ellos prefieren celebrar en casa de nuestros padres porque ahí se juntan todos. Yo nada más paso un ratito y me regreso ¿Volando?

Me encantan los colores, los olores. Delia, mi niña más pequeña prepara ese salpicón que siempre le queda tan delicioso y sabe que es mi favorito.
Ernesto no olvida las cartas españolas y tira una mano sólo para mí.
Rosa la mayor, es la encargada de tener todo a tiempo y la verdad salió mejor organizadora que yo para esto de las reuniones.

¿Cómo estará él? Mi amor eterno, el dueño de mis mejores días y de los peores momentos. Lo sigo amando, no lo puedo negar y supongo que el también porque después de ese día…

¡Está tan solo! Siempre lo sorprendo contemplando nuestra foto de bodas así, escuchando nuestra música, fumando su eterno cigarro.
Recuerdo todas las veces que lo regañé por fumar tantos cigarrillos y jurándole que el día que se estuviera muriendo de cáncer o algo así, yo ni caso le iba a hacer. ¡Ah, la vida juega bromas absurdas!

¡Pero basta de recuerdos tristes y hacer reproches que ya no tienen caso! Hoy es mi día y no pienso poner mala cara para todos los invitados al banquete.

Leonora terminó de arreglarse en ese espejo sin dimensión en donde su imagen fantasmagórica se reflejaba distante. Se puso el hermoso sombrero de ala ancha con velo de tul y completó el regio vestido de noche con unos hermosos zapatos de raso a juego. Tomó su bolso y altiva y digna como siempre, caminó por el mar de los muertos para reunirse con los suyos. Todos aquellos que la seguían recordando a pesar de los años transcurridos desde su deceso.

Era dos de Noviembre y no podía defraudar a su familia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Me gustan los hombres de bigote.

He llegado a la conclusión de que me gustan los hombres de bigote. Creo que un buen mostacho tiene mucho qué ofrecer en una relación. Hay bigotes anchos, otros delgados, pero todos hacen cosquillas al besar, segunda cosa que me encanta (los besos por supuesto). Los bigotes niños apenas y despuntan, pero le dan cierto aire de madures al portador, los anchos y obscuros, me hacen pensar en un hombre serio, muy formal, los delgados me evocan, no se por qué, la imagen de un Don Juan empedernido, será porque Pedro Infante casi siempre portaba bigote escaso. ¿Pero qué es lo interesante de un bigote además del marco que le da al rostro del portador? Como ya lo dije, de principio el beso, que se vuelve toda una experiencia erótica cuando va unido a un buen bigote, las sensaciones tan intensas que puede tener la piel cuando ese mismo bigote recorre con besos pequeños toda la anatomía, el sentir un suave rose en cualquier parte del cuerpo con esa escobetilla puede incluso ser el pase al cielo. El

Carta apócrifa, que no espuria de Pedro Armendaris a Natalia la primera

Mi muy amada Natalita: Discúlpeme lo tarde en que le doy respuesta a su último mensaje. No tengo una razón lo suficientemente de peso para no haberme aplicado a la tarea de darle respuesta pronta porque bien sabe que el saber de usted me mueve a querer correr a su lado y no nada más a dedicarle unas cuantas letras. También no le puedo mentir, me conoce hombre de ocupaciones absorbentes y el ser figura pública me hace desentenderme de mis otras actividades privadas que usted tan bien conoce. Pero me sabe ferviente admirador que soy de usted y de su persona y el tiempo se me hace eterno para poder sentarme y escribirle como usted se merece, con el corazón en la mano. Porque de todos los habitantes del planeta sólo usted Natalita me conoce en el fondo y sabe de mis quebrantos, de este aferrarme a querer ocultar lo emocional que a veces me torno y que el personaje dista mucho del hombre sensible que soy en realidad. Y así como me oculto sensible, también tengo que ocultar este amor t

¿Jugamos a las muñecas?

Desde niña me gustaron las muñecas. No se qué extraña sensación protectora despertaban en mi que me hacían sentir la dueña de la situación y la que ponía las reglas cuando con ellas jugaba a la casita, a tomar el té o a bañarlas y cambiarlas. Las muñecas siempre fueron mi pasión y mi padre la alentaba regalándome una diferente, la más moderna, la más sofisticada o la más antigua en cada uno de mis cumpleaños hasta que llegué a los diez. A partir de ese año, ni las muñecas nuevas ni mi padre volvieron a aparecer en mi vida porque decidió dejarnos. A raíz de eso mi madre se volvió visible porque antes sólo era la que mantenía la casa limpia, la que me bañaba y arropaba por las noches y la que siempre estaba ahí como testigo silencioso de mis juegos. Nunca abrió la boca para decirme si me quería o no. Del silencio pasó al abandono. Comenzó con un trago a media tarde para poder relajarse y conciliar el suelo, después uno en las mañanas para afrontar el duro trabajo de costurera que había t