Ese día ya no se pudo levantar. Las cortinas cerradas, penumbra total en su recámara y silencio en toda la casa.
¿Qué había pasado? ¿Quién falló? ¿Por qué no?
Qué absurda era la vida en ese momento. Si, ella que se había dado el lujo de rechazar las ofertas de relaciones totalmente convenientes con ceremonia incluida. Ella que sin pedirlo recibía siempre obsequios vastos y costosos. Ella diosa construida sin esfuerzos que nunca necesitó ninguna cirugía o dietas forzadas. Era una escultura perfecta producto completamente de madre naturaleza.
Cuando lo vio por primera vez quedó prendada de sus encantos y comenzó el coqueteo, deporte en el que ya era toda una experta.
Él por supuesto se mostró interesado, le ponía atención, incluso era amable con ella y tenía preferencias en las conversaciones para escucharla.
¿Entonces en donde se perdió el rumbo? Al terminar el curso la despedida fue un frio adiós y ya no supo más de él. Ninguna llamada por teléfono, mucho menos un correo electrónico.
Sarita, a sus sesenta años, había decidido tomar cursos de historia y gracias a estos había quedado profundamente enamorada de su profesor, un recién egresado de apenas treinta años que pensó era presa fácil. Por desgracia fue el primero de muchos fracasos en las artes de conquista.
A Sarita le cayó encima el peso de los años, y con ello, la soledad que antes disfrutaba se volvió asfixiante.
¿Qué había pasado? ¿Quién falló? ¿Por qué no?
Qué absurda era la vida en ese momento. Si, ella que se había dado el lujo de rechazar las ofertas de relaciones totalmente convenientes con ceremonia incluida. Ella que sin pedirlo recibía siempre obsequios vastos y costosos. Ella diosa construida sin esfuerzos que nunca necesitó ninguna cirugía o dietas forzadas. Era una escultura perfecta producto completamente de madre naturaleza.
Cuando lo vio por primera vez quedó prendada de sus encantos y comenzó el coqueteo, deporte en el que ya era toda una experta.
Él por supuesto se mostró interesado, le ponía atención, incluso era amable con ella y tenía preferencias en las conversaciones para escucharla.
¿Entonces en donde se perdió el rumbo? Al terminar el curso la despedida fue un frio adiós y ya no supo más de él. Ninguna llamada por teléfono, mucho menos un correo electrónico.
Sarita, a sus sesenta años, había decidido tomar cursos de historia y gracias a estos había quedado profundamente enamorada de su profesor, un recién egresado de apenas treinta años que pensó era presa fácil. Por desgracia fue el primero de muchos fracasos en las artes de conquista.
A Sarita le cayó encima el peso de los años, y con ello, la soledad que antes disfrutaba se volvió asfixiante.
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atte.
FF