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Atrevida

Estaba cansada, terriblemente cansada y el agotamiento era lo que la mantenía absurdamente despierta.
Fastidiada con su trabajo. Aburrida de su marido. Demandada por los hijos como si ella fuera la única que sabía cómo resolverles las tareas, los olvidos, las necesidades, la vida. Indiferente ante los reclamos de sus viejos padres que llamaban siempre para recordarle lo mala hija que era por no visitarlos y por supuesto, a esta llamada llegaban las de sus hermanos, hombres todos, que le exigían mayor atención. Y eso que cada quince días, sin falta, acudía a ver si no necesitaban nada. ¿Cómo era posible que siendo ella la única mujer no los visitara más seguido? Era de esperarse, ellos no tenían tiempo para hacerlo porque eran hombres exitosos y ocupados, para eso estaba ella que era la mujer.

Su jefe la seguía acosando y a la falta de una respuesta satisfactoria para él le exigía más, no sabía ella si esperando que renunciara o esperando a que accediera.
Los muchos años que llevaba metida en este mar de confusiones e insatisfacciones la tenían extenuada, insomne, hambrienta, siempre enojada y disgustada.

¡Ah, qué maravilloso sería que…! El pensamiento le llegó cuando por descuido y en un momento extraño de serenidad miraba por la ventana de la oficina, ubicada en el octavo piso de un edificio céntrico.
Los ojos se le iluminaron y algo comenzó a fluir por su cabeza, una idea, una posibilidad.

A partir de ese momento algo cambió en su caótica vida. Comenzó a hacer una ardua investigación de distancia tiempo, de pros y contras. Las estadísticas no eran muy alentadoras y la mayoría perdía todo en el intento.
Leyó cientos de artículos sobre rupturas, causas, consecuencias, recuperaciones. Navegó en sus escazas horas libres buscando en internet casos y desenlaces, el por qué, cómo, cuándo, en qué terminó. En fin, que fueron semanas de revitalización, de sentirse con una fuerza que hace mucho no sentía y la motivaba. La última semana se dedicó, muy probablemente, a agotarse hasta el extremo para llevar a cabo su plan de la mejor de las maneras.

Ya tenía todo bien orquestado. Esa semana fue decisiva para su cambio de vida. Sacó todos los asuntos pendientes de la oficina. Consintió a su marido con su cena favorita, velas, vino. Limpió y ordenó a conciencia las recámaras de sus hijos e incluso redecoró la del más pequeño. Los llevó a cine, a los videojuegos y se pasaron una tarde fabulosa con un gran tazón de palomitas frente al televisor.
Fue a casa de sus padres y les preparó comida para una semana completa y la etiquetó para ponerla a congelar y la fueran tomando por porciones conforme las necesitaban, además hizo un poco de limpieza en la casa y el jardín. ¡Todos estaban tan satisfechos de ella!

Ese día llegó a la oficina con su mejor traje sastre pero no el acostumbrado antijefe, al contrario, para esta ocasión especial llevó uno escandalosamente seductor que dejaba al descubierto un escote invitante y su par de piernas largas y torneadas.
El jefe la miró y supo que por fin había ganado esa batalla.

El día transcurrió con miradas cómplices, con promesas que no se habían dicho y la expectativa de un posible encuentro justo esa noche cuando ya nadie pudiera ser testigo. Todos la observaban curiosos y en las mentes de los compañeros ociosos, el acostón con el jefe ya era inminente.

A la hora de la comida él salió al encuentro con su esposa porque tenían como pacto siempre comer juntos aunque ya no durmieran en la misma cama. Era una esposa inteligente. Sabía de las infidelidades de su marido pero también recibía todo el dinero que quisiera para comprarse sus caprichos y permanecer callada ante los engaños.

La oficina se quedó sola. Todos aprovechaban para salir a comer fuera y estirar las piernas y a nadie le extrañó que ese día ella se quedara sola a comer ahí. Siempre lo hacía. Su vida era tan fastidiosa que no le quedaban ánimos para salir, distraerse, vivir. Pero todo había terminado, por fin descansaría. Sí, descansaría de todos y de todo, del agotamiento, del insomnio, de la infelicidad. Ese día por fin se había decidido a liberarse.

Comió despacio. Dejó su escritorio ordenado e hizo una extraña llamada.

Bajó al tercer piso, salió a las escaleras de emergencia y poco a poco fue escalando la malla que las cubría. Se paró en el barandal y sólo sintió el sol de verano que acariciaba sus mejillas y quedaba como único testigo de una sonrisa enigmática, plena, desde dentro. ¡Por fin era feliz!

Los paramédicos llegaron a los pocos minutos. Una llamada anónima les decía que una mujer estaba tirada en el piso. Al parecer se había lanzado.

Intrigados se miraron unos a otros, ya que justo al llegar al lugar indicado pudieron distinguir el cuerpo que caía desde el tercer piso.

Ingresó al hospital y se les notificó a los familiares. Uno a uno la visitaron. Su esposo, su jefe, los hermanos exigentes, los padres llorosos, los hijos huérfanos todos fueron desfilando ante la cama de la mujer comatosa. Conforme transcurrían los días y su estado se hacía cotidiano las visitas fueron menos frecuentes.

Cuando por fin la dejaron sola un extraño fenómeno dio lugar en su rostro.

En el hospital por mucho tiempo se siguió hablando del curioso caso. De la enigmática sonrisa de satisfacción de la mujer en coma de la cama 34.

Comentarios

Xocas ha dicho que…
Me pregunto cuántas veces habrán ocurrido cosas parecidas. Y me respondo que muchas. Sin contar las que se quedaron en las ganas, que serán... ¿Mil millones?

Besos con sonrisas.

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