Ir al contenido principal

Lógica y conjuntos

Como siempre coincidieron a la salida de clase. Ella de la facultad de filosofía, el del edificio de ingeniería.

Caminaron por los pasillos de la institución y ella inició el discurso con todas esas ideas frescas que traía en mente sobre los sofistas, Descartes, la eternidad de cualquier cosa y así de confusas, las vomitaba sin miramientos. El aun traía en la cabeza la función de la entropía que no terminaba de entender.

Entre Platón y Clausius, ninguno de los dos se percató de los cientos de mariposas que comenzaron a volar sobre sus cabezas.
El ángel alado que se escabulló entre las ramas de los árboles, tampoco los hizo perder el hilo de la conversación de ella y de la cavilación de él. Mucho menos se dieron cuenta de que en ese momento Cáncer en cuadratura con Venus estaba justo en la Casa I.

Cupido tensó su arco, apuntó la flecha y ésta, equivocando la dirección, sólo alcanzó a rozar un mechón de la castaña cabellera de ella.

Se detuvo en seco, lo miró a los ojos asombrada y sintió unos deseos enormes de besarlo. Las ganas le invadieron la entrepierna, la humedad comenzó a inundarla desde la ingle hasta la garganta pero sólo atinó a permanecer así, quieta y expectante.

El detuvo la marcha. También contempló sus ojos y observó detenidamente las pupilas dilatadas. Sólo ahí encontró la respuesta al enigma y sin miramientos comenzó a exclamar -¡Pero por supuesto, la Q ¡ Si tomamos la ecuación ∆S = S2 – S1... Ella ya no escuchó más. Sólo atinó a asentir con la cabeza sin entender lo que él le decía y las ganas se apagaron, el beso murió y las pupilas volvieron a su forma original.
Él por supuesto no se dio cuenta de nada, terminó de explicar(se), la idea y caminaron un par de pasos más.

Entonces una mariposa, de aquellas predestinadas a hacer milagros, revoloteó sobre la cabeza de él pero en ese momento el viento hizo de las suyas y solo unas cuantas partículas de polvo mágico cayeron en el pelo negro y bien cortado.

Se detuvo en silencio, la tomó del brazo y los ojos nuevamente se encontraron. El beso volvió a reclamar la imperiosidad de ser dado y recibido, compartido y degustado, pero ahora en el cuerpo de él. Su miembro comenzaba a tener fuerza y forma listo para el ataque, se hundió en el perfume que ella acostumbraba como si fuera una ola de afrodisíacos invadiéndole de los pensamientos más lúbricos y en ese momento, ella sin percatarse de lo que ocurría, sólo atinó a decir. –¿Y si mejor trabajamos el falsacionismo este fin de semana y así argumentamos...

Ahora fue él quien ya no supo más, apenas si distinguía el movimiento de los labios pero las palabras estaban dichas en ese idioma que nadie entiende pero que siempre funciona para congelar las ganas.
Ella tampoco reconoció los signos porque sus ojos simplemente no los vieron.

Propuso la hora y el punto de reunión para ese fin de semana y él aceptó sin ninguna réplica, así se entendían siempre que hablaban de lo de cada uno.
Continuaron caminando el pequeño trayecto hacia la puerta de salida.

Si alguno de los dos se hubiera atrevido a mirar hacia atrás, encontraría un par de docenas de mariposas muertas sobre el piso, a Cupido desesperado apuntando a cada uno de los árboles afinando la puntería, revisando las flechas, tensando y destensando la cuerda del arco tratando de encontrar la respuesta a su torpeza. En el cielo, en ese momento, los símbolos se realinearon y Escorpión se encontró en cuadratura con Saturno en la Casa VII.

Llegaron a la salida, se despidieron afectuosamente, pero muy escondido dentro de cada uno, moría lentamente un beso que nunca pudo ser y con ello, la posibilidad de haber engendrado a muchos más inconscientes, irracionales y carnales ósculos.

Se siguieron frecuentando como dos grandes y buenos amigos que no se entendían a veces, pero que se necesitaban por su invalidez amorosa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Me gustan los hombres de bigote.

He llegado a la conclusión de que me gustan los hombres de bigote. Creo que un buen mostacho tiene mucho qué ofrecer en una relación. Hay bigotes anchos, otros delgados, pero todos hacen cosquillas al besar, segunda cosa que me encanta (los besos por supuesto). Los bigotes niños apenas y despuntan, pero le dan cierto aire de madures al portador, los anchos y obscuros, me hacen pensar en un hombre serio, muy formal, los delgados me evocan, no se por qué, la imagen de un Don Juan empedernido, será porque Pedro Infante casi siempre portaba bigote escaso. ¿Pero qué es lo interesante de un bigote además del marco que le da al rostro del portador? Como ya lo dije, de principio el beso, que se vuelve toda una experiencia erótica cuando va unido a un buen bigote, las sensaciones tan intensas que puede tener la piel cuando ese mismo bigote recorre con besos pequeños toda la anatomía, el sentir un suave rose en cualquier parte del cuerpo con esa escobetilla puede incluso ser el pase al cielo. El...

Carta apócrifa, que no espuria de Pedro Armendaris a Natalia la primera

Mi muy amada Natalita: Discúlpeme lo tarde en que le doy respuesta a su último mensaje. No tengo una razón lo suficientemente de peso para no haberme aplicado a la tarea de darle respuesta pronta porque bien sabe que el saber de usted me mueve a querer correr a su lado y no nada más a dedicarle unas cuantas letras. También no le puedo mentir, me conoce hombre de ocupaciones absorbentes y el ser figura pública me hace desentenderme de mis otras actividades privadas que usted tan bien conoce. Pero me sabe ferviente admirador que soy de usted y de su persona y el tiempo se me hace eterno para poder sentarme y escribirle como usted se merece, con el corazón en la mano. Porque de todos los habitantes del planeta sólo usted Natalita me conoce en el fondo y sabe de mis quebrantos, de este aferrarme a querer ocultar lo emocional que a veces me torno y que el personaje dista mucho del hombre sensible que soy en realidad. Y así como me oculto sensible, también tengo que ocultar este amor t...

¿Jugamos a las muñecas?

Desde niña me gustaron las muñecas. No se qué extraña sensación protectora despertaban en mi que me hacían sentir la dueña de la situación y la que ponía las reglas cuando con ellas jugaba a la casita, a tomar el té o a bañarlas y cambiarlas. Las muñecas siempre fueron mi pasión y mi padre la alentaba regalándome una diferente, la más moderna, la más sofisticada o la más antigua en cada uno de mis cumpleaños hasta que llegué a los diez. A partir de ese año, ni las muñecas nuevas ni mi padre volvieron a aparecer en mi vida porque decidió dejarnos. A raíz de eso mi madre se volvió visible porque antes sólo era la que mantenía la casa limpia, la que me bañaba y arropaba por las noches y la que siempre estaba ahí como testigo silencioso de mis juegos. Nunca abrió la boca para decirme si me quería o no. Del silencio pasó al abandono. Comenzó con un trago a media tarde para poder relajarse y conciliar el suelo, después uno en las mañanas para afrontar el duro trabajo de costurera que había t...