Llegó cansada de otro día largo de trabajo pero en esa ocasión en particular, ya estaba harta de todo.
Con desgana abrió la puerta y sin medir las consecuencias se quitó de la cabeza los cientos y miles de años de represión cultural que la agobiaban y le recordaban que ella no era nadie.
No tenía la costumbre de hacerlo, pero sólo por esa vez y al poder palpar como todas las noches la soledad de su casa, se fue desprendiendo de prejuicios, rubores, máscaras y pretensiones y así los fue tirando al piso.
Desnuda se dejó caer en su sillón favorito y entre el cansancio y las desganas, la apatía y el desamor se dejó llevar por el remolino de la tristeza.
Y entre ideas y sueños, añoranzas y desencantos se fue presentando poco a poco el recuerdo de todos sus amantes idos, aquellos que le habían arrebatado el cuerpo, mancillado el alma, violado la ilusión, pero también apareció ese par que a fuerza de afecto y con mucha paciencia, la despertaron al amor.
Uno a uno la fueron penetrando, absorbiendo, mancillando y violentando. Aun los amorosos pese a la delicadeza que aplicaron en el acto y a la ternura que desbordaban, le despedazaron el corazón a fuerza de ternura.
Poco a poco el cuerpo se fue agotando, las fuerzas la abandonaron y soñó una realidad que la llenó de ficciones y vivió un sueño que la llevó al pasado, al destino ya cumplido, al mar de donde nadie regresa.
Varios días después alguien del lugar donde trabajaba, reparó en que llevaba varios días sin aparecerse.
La encontraron con la caja de recuerdos sobre las rodillas, la mirada fija en la nada, la sonrisa complaciente y una lágrima eternamente suspendida en la mejilla.
Todos lamentaron su muerte pero en su entierro, nadie pudo recordar cómo se llamaba. Todos los amantes que la habían visitado en la noche póstuma, se había devorado además de su esencia, su existencia, su nombre.
Con desgana abrió la puerta y sin medir las consecuencias se quitó de la cabeza los cientos y miles de años de represión cultural que la agobiaban y le recordaban que ella no era nadie.
No tenía la costumbre de hacerlo, pero sólo por esa vez y al poder palpar como todas las noches la soledad de su casa, se fue desprendiendo de prejuicios, rubores, máscaras y pretensiones y así los fue tirando al piso.
Desnuda se dejó caer en su sillón favorito y entre el cansancio y las desganas, la apatía y el desamor se dejó llevar por el remolino de la tristeza.
Y entre ideas y sueños, añoranzas y desencantos se fue presentando poco a poco el recuerdo de todos sus amantes idos, aquellos que le habían arrebatado el cuerpo, mancillado el alma, violado la ilusión, pero también apareció ese par que a fuerza de afecto y con mucha paciencia, la despertaron al amor.
Uno a uno la fueron penetrando, absorbiendo, mancillando y violentando. Aun los amorosos pese a la delicadeza que aplicaron en el acto y a la ternura que desbordaban, le despedazaron el corazón a fuerza de ternura.
Poco a poco el cuerpo se fue agotando, las fuerzas la abandonaron y soñó una realidad que la llenó de ficciones y vivió un sueño que la llevó al pasado, al destino ya cumplido, al mar de donde nadie regresa.
Varios días después alguien del lugar donde trabajaba, reparó en que llevaba varios días sin aparecerse.
La encontraron con la caja de recuerdos sobre las rodillas, la mirada fija en la nada, la sonrisa complaciente y una lágrima eternamente suspendida en la mejilla.
Todos lamentaron su muerte pero en su entierro, nadie pudo recordar cómo se llamaba. Todos los amantes que la habían visitado en la noche póstuma, se había devorado además de su esencia, su existencia, su nombre.
Comentarios
cuantas en silencio deshojan sus corola en recuerdos amargos más que dulces
estúpidos amantes que nunca aprenden
un besitos Nata querida, pasa un precioso fin de semana