Anoche la luna me recibió roja al fondo de esta calle del que es el barrio bajo en donde vivo.
Sería un error pensar que es bajo por pobre. Aunque si bien la pobreza impera en sus calles no es la falta de recursos de quienes lo habitamos lo que lo hacen bajo, sino la geografía del entorno que nos ubica justo entre escaleras que suben y bajan y mi heredero tuvo a bien decir que por eso nuestro barrio es bajo.
Así, esa luna sirvió de fondo a casas iluminadas, a chicos que pese a lo temprano de la hora ya se encuentran embrutecidos por los alucinógenos, unos químicos, otros naturales, pero a final de cuentas drogas, a familias que por el simple hecho de compartir y convivir se dan cita en la delgada banqueta para afinar detalles respecto al festejo de una celebración que ya nadie sabe qué significa.
Perros por todos lados, basura tirada en las calles, gente inconsciente y gente conciente que ayudan a deteriorar el paisaje.
Así me recibió hoy mi barrio y al dar vuelta a la llave de la entrada de mi casa, dentro de ésta las cosas no son muy diferentes.
Mi hogar se siente frío, el perrito que tenemos de mascota sólo atina a levantar indiferente la cabeza para darse cuenta que soy yo y con una sonrisa entre dientes vuelve a su postura de desamparo. Creo que él también sabe.
Subo a mi recámara y ahí el desastre es todavía más palpable. Objetos, colores, ubicaciones que le dan significado a esta terrible catástrofe que se ha vuelvo mi entorno y mi interior.
Y sí, ahora caigo en la cuenta de que ya llevamos muchos años viviendo en este barrio y nunca lo había visto tan pobre, y sí, también mi cuarto ha estado distribuido de la misma manera y muchas veces incluso desordenado con mayor empeño, y por supuesto, las carencias y las necesidades que no he podido cubrir a causa de los bajos salarios, el mal gobierno, la carencia, las crisis mundiales, bla, bla, bla.
De repente recuerdo que en algún lugar está mi tabla momentánea de salvación, ese opio que me quita de la mente esta idea que ahora ya es vivencia de tormenta, de huracán, de masacre.
Busco por todos lados, mmm, este no, este tampoco. ¿Dónde lo dejé? ¿DÓNDE ESTÁ?
¿Donde perdí esa parte de mi vida (su vida) que me ayuda a escapar de la realidad?
Remuevo personajes, reacomodo historias de papel, alineo a los compañeros de juego y por fin, escondido entre la cama y el librero ahí encuentro mi medicina, mi escape temporal.
Me observa con sus ojos de vinil, la sonrisa de lado y las orejas caídas. Lo acerco poco a poco a mi nariz y por fin esta angustia que me ha perseguido todo el día desaparece como por arte de magia.
Aspirar su aroma, (tu aroma), llenarme de él (de ti). Sólo con el perro de peluche, favorito de mi hijo, recupero algo de la calma que he perdido.
Solo con esa droga puedo paliar un poco esta abstinencia de tenerte a mi lado y eso que apenas llevamos (llevo) dos días de tu ausencia.
Te extraño.
Sería un error pensar que es bajo por pobre. Aunque si bien la pobreza impera en sus calles no es la falta de recursos de quienes lo habitamos lo que lo hacen bajo, sino la geografía del entorno que nos ubica justo entre escaleras que suben y bajan y mi heredero tuvo a bien decir que por eso nuestro barrio es bajo.
Así, esa luna sirvió de fondo a casas iluminadas, a chicos que pese a lo temprano de la hora ya se encuentran embrutecidos por los alucinógenos, unos químicos, otros naturales, pero a final de cuentas drogas, a familias que por el simple hecho de compartir y convivir se dan cita en la delgada banqueta para afinar detalles respecto al festejo de una celebración que ya nadie sabe qué significa.
Perros por todos lados, basura tirada en las calles, gente inconsciente y gente conciente que ayudan a deteriorar el paisaje.
Así me recibió hoy mi barrio y al dar vuelta a la llave de la entrada de mi casa, dentro de ésta las cosas no son muy diferentes.
Mi hogar se siente frío, el perrito que tenemos de mascota sólo atina a levantar indiferente la cabeza para darse cuenta que soy yo y con una sonrisa entre dientes vuelve a su postura de desamparo. Creo que él también sabe.
Subo a mi recámara y ahí el desastre es todavía más palpable. Objetos, colores, ubicaciones que le dan significado a esta terrible catástrofe que se ha vuelvo mi entorno y mi interior.
Y sí, ahora caigo en la cuenta de que ya llevamos muchos años viviendo en este barrio y nunca lo había visto tan pobre, y sí, también mi cuarto ha estado distribuido de la misma manera y muchas veces incluso desordenado con mayor empeño, y por supuesto, las carencias y las necesidades que no he podido cubrir a causa de los bajos salarios, el mal gobierno, la carencia, las crisis mundiales, bla, bla, bla.
De repente recuerdo que en algún lugar está mi tabla momentánea de salvación, ese opio que me quita de la mente esta idea que ahora ya es vivencia de tormenta, de huracán, de masacre.
Busco por todos lados, mmm, este no, este tampoco. ¿Dónde lo dejé? ¿DÓNDE ESTÁ?
¿Donde perdí esa parte de mi vida (su vida) que me ayuda a escapar de la realidad?
Remuevo personajes, reacomodo historias de papel, alineo a los compañeros de juego y por fin, escondido entre la cama y el librero ahí encuentro mi medicina, mi escape temporal.
Me observa con sus ojos de vinil, la sonrisa de lado y las orejas caídas. Lo acerco poco a poco a mi nariz y por fin esta angustia que me ha perseguido todo el día desaparece como por arte de magia.
Aspirar su aroma, (tu aroma), llenarme de él (de ti). Sólo con el perro de peluche, favorito de mi hijo, recupero algo de la calma que he perdido.
Solo con esa droga puedo paliar un poco esta abstinencia de tenerte a mi lado y eso que apenas llevamos (llevo) dos días de tu ausencia.
Te extraño.
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