Perdón por la voz tan bajita, es que no quiero espantar al colectivo, pero. Justo hoy he descubierto una verdad de vida. ¿O será de muerte?
Hoy que convergieron en mi mundo pasado y presente; que de la nada me llené de nostalgia; que el espanto del futuro llenó este tránsito desolado de sinsentidos que recorro con el segundero, de repente todo se detuvo.
Y recordé el amor perdido pero me alegré del amor encontrado, vivido. Y lloré por los seres queridos que ya han dejado de sufrir sus males pero que también dejaron de existir en este abandono del sufrimiento. Qué cierta es la sentencia de que los que sufrimos somos los que nos quedamos pero, ¿realmente sufrimos?
También olvidé los olvidos por los que olvidé mis objetos olvidados por el recuerdo de mi infancia, si, mi muñeca; el reloj de quinceañera; aquellos infinitos diarios que me regalaban la historia de vida de alguien muy parecida a mi pero con días, meses o semanas más joven hecha letras; mi virginidad, esa que no perdí, que regalé con amor.
Así recordando el pasado éste me llevó al futuro que no he vivido, a este inalcanzable sueño que vamos correteando minuto a minuto pero esta absurda paradoja de espacio-tiempo nunca nos dejará conocer, creer, vivir lo que nos depara.
Y es justo en esta sentencia de vida que se me iluminó la muerte y la epifanía se hace presente: “Después de la vida no hay nada, la muerte es eso, muerte, cierre, caput, C’est la fine, the end, nada de nada”.
Pero pese a lo que se pueda pensar, si es que en ese estado se piensa algo, no me llenó el espanto ni me cayó la tristeza en el cuerpo al saber que no hay Dios ni paraíso, ni buenas obras por premiar ni malas leches por vengar.
Porque entonces me llegó la otra verdad, ésta si de vida.
La vida es gozo continuo y constante, experimentar, vivir, amar, soñar, volar, caer, tropezar, hacer y no hacer, hablar y quedarse callado, matarse de vicios o curarse en salud. En fin, la vida es esta única oportunidad que tenemos de, minuto a minuto, segundo a segundo, hacer todo esto que nos llena de algo que parece vida, huele a alegría y llena de vitalidad.
La vida es vida, la muerte es muerte y fuera o dentro de estas dos palabras, ya no cabe nada.
Pero no lo digan a gritos, porque si no, entonces todos los que viven de la culpa tan grande que nos da vivir plenamente, dejarán de tener sentido de vida, aunque pensándolo bien, creo que ellos si, tienen sentido de muerte.
Todos aquellos que venden tiempos compartidos o perpetuidades en el cielo, dejarían de hacer negocio con la tristeza y la culpa. Dejarían de vendernos cachitos de nada en cómodas mensualidades.
Hoy que convergieron en mi mundo pasado y presente; que de la nada me llené de nostalgia; que el espanto del futuro llenó este tránsito desolado de sinsentidos que recorro con el segundero, de repente todo se detuvo.
Y recordé el amor perdido pero me alegré del amor encontrado, vivido. Y lloré por los seres queridos que ya han dejado de sufrir sus males pero que también dejaron de existir en este abandono del sufrimiento. Qué cierta es la sentencia de que los que sufrimos somos los que nos quedamos pero, ¿realmente sufrimos?
También olvidé los olvidos por los que olvidé mis objetos olvidados por el recuerdo de mi infancia, si, mi muñeca; el reloj de quinceañera; aquellos infinitos diarios que me regalaban la historia de vida de alguien muy parecida a mi pero con días, meses o semanas más joven hecha letras; mi virginidad, esa que no perdí, que regalé con amor.
Así recordando el pasado éste me llevó al futuro que no he vivido, a este inalcanzable sueño que vamos correteando minuto a minuto pero esta absurda paradoja de espacio-tiempo nunca nos dejará conocer, creer, vivir lo que nos depara.
Y es justo en esta sentencia de vida que se me iluminó la muerte y la epifanía se hace presente: “Después de la vida no hay nada, la muerte es eso, muerte, cierre, caput, C’est la fine, the end, nada de nada”.
Pero pese a lo que se pueda pensar, si es que en ese estado se piensa algo, no me llenó el espanto ni me cayó la tristeza en el cuerpo al saber que no hay Dios ni paraíso, ni buenas obras por premiar ni malas leches por vengar.
Porque entonces me llegó la otra verdad, ésta si de vida.
La vida es gozo continuo y constante, experimentar, vivir, amar, soñar, volar, caer, tropezar, hacer y no hacer, hablar y quedarse callado, matarse de vicios o curarse en salud. En fin, la vida es esta única oportunidad que tenemos de, minuto a minuto, segundo a segundo, hacer todo esto que nos llena de algo que parece vida, huele a alegría y llena de vitalidad.
La vida es vida, la muerte es muerte y fuera o dentro de estas dos palabras, ya no cabe nada.
Pero no lo digan a gritos, porque si no, entonces todos los que viven de la culpa tan grande que nos da vivir plenamente, dejarán de tener sentido de vida, aunque pensándolo bien, creo que ellos si, tienen sentido de muerte.
Todos aquellos que venden tiempos compartidos o perpetuidades en el cielo, dejarían de hacer negocio con la tristeza y la culpa. Dejarían de vendernos cachitos de nada en cómodas mensualidades.
Comentarios
la muerte es la certeza más exacta en todo este pulso energético
y allí nos reciclaremos para ser expulsados en átomos en un re infinito
un abrazo grande grande!!
y montón de felicidades por ese bicentanario del 15