La tarde está lluviosa y los amigos ocupados. El amor se ha replegado en algún rincón de la habitación esperando renacer y el tedio me invade. Así me encuentro y el torbellino poco a poco me lleva a antiguos espacios, lugares lejanos y algunos incluso ya inexistentes pero mis ojos se llenan de tristeza al darme cuenta de que ya casi todo lo he olvidado.
He olvidado el sabor de los helados de don Tanis, el color de la fachada de nuestra vieja casa que ahora la descubro pobre y pequeña.
Los rostros de mis hermanos, antes cotidianos ahora me devuelven la imagen de hombres trabajadores y responsables y por qué no decirlo, triunfadores pero sus sonrisas espontáneas y las pláticas interminables ya son ajenas a mis oídos e incluso estas ganas locas que nuestros padres nos inculcaron de darle brillo al piso con nuestros mejores pasos de baile, esas hace mucho se nos agotaron, no sabemos donde dejamos las fuerzas que nos hacían incansables.
El bello rostro de mi hermana con sus cientos de medallas colgadas al cuello ha desaparecido dejando paso a una mujer luchona, pero muy cansada por el desencanto.
Y mi padre, ¡ah mí amado padre! Por más que busco en antiguas fotografías ese amor que siempre me tuvo y los consejos y los regaños así como todo ese cariño que nos dio a manos llenas porque la pobreza no le dejaba nada más qué compartir con nosotros excepto su amor, a él también lo busco desesperada y su olor y buen humor ya se han perdido.
He vuelto a recorrer las antiguas calles de mi barrio, y también el tiempo se ha encargado de borrarlas. Nuevos pavimentos, casas más grandes pero más vacías llenan espacios que ya no son míos y la gente que antes las habitaban se ha ido a no se qué nuevo territorio a encerrarse protegiéndose del miedo.
Olvidé el olor del huele de noche de mi madre, el color de nuestras mañanas, la amplia avenida Eduardo Molina sin autos y tranquila y lo divertido que nos resultaba tirarnos a media calle seguros porque ningún coche se veía a la distancia.
Incluso se me han borrado los rostros de nuestros vecinos de calle con quien nos divertíamos todas las tardes. El avión, coleadas, tochito, stop, escondidas, bote pateado y demás juegos populares y antes tan cotidianos, ahora son nombres absurdos y desconocidos para nuestros hijos.
Vicente, Roberto, Efrén, Javier; tantos y tantos enamorados que conocí y me conocieron, que amé y me amaron son ahora nada más un recuerdo sin rostro porque por más que aliento a la memoria, el sabor de sus besos se ha perdido. No se a qué sabía el amor de cada uno.
Y qué decir de Patlán, el caballero andante con su reluciente armadura que siempre desfacía entuertos y libraba batallas perdidas junto con esta tropa de chiquillos que lo tratamos como igual pese a los muchos años que nos llevaba.
¡Ah Patlán, qué sería de tan enigmático personaje que con nerviosismo y mirada dispersa, cargó a mi sobrina y así nervioso e inquieto por fin descubrió el misterio de tanta insistencia en sus visitas. Por desgracia su Dulcinea (yo), voló a los brazos de otro caballero sin armadura y sin pretensiones, pero más acorde a mi escasa edad.
Hoy mi sobrina también dejó de ser bebé y ahora incluso es madre y a esa pequeñita de sonrisa limpia ya la he perdido en los inverosímiles caminos del tiempo.
Hoy quise recordar el olor del pasado, el sabor de la comida no artificial, la textura de las pieles que toqué y me tocaron, el viciado sonido de mis aquellas estaciones de radio favoritas (Radio Capital, La Pantera, Alegrías Musicales y Radio Educación).
Hoy la nostalgia me hizo añorar un tiempo pasado que no fue mejor, pero fue mi tiempo y al mirarme al espejo descubro que incluso aquella que era antes, se ha olvidado en alguna parte y da paso a esta que ahora reconozco más y someto menos, esta mujer grande y transparente que enfrenta la vida con sinceridad y honestidad esperando que en el camino estas nostalgias se queden grabadas, porque si bien hoy descubrí que estoy olvidando el pasado, también me doy cuenta que éste no se ha borrado de mi corazón, único lugar en donde siempre lo tendré guardado como tesoro invaluable.
Hoy me di cuenta que todos hemos crecido.
He olvidado el sabor de los helados de don Tanis, el color de la fachada de nuestra vieja casa que ahora la descubro pobre y pequeña.
Los rostros de mis hermanos, antes cotidianos ahora me devuelven la imagen de hombres trabajadores y responsables y por qué no decirlo, triunfadores pero sus sonrisas espontáneas y las pláticas interminables ya son ajenas a mis oídos e incluso estas ganas locas que nuestros padres nos inculcaron de darle brillo al piso con nuestros mejores pasos de baile, esas hace mucho se nos agotaron, no sabemos donde dejamos las fuerzas que nos hacían incansables.
El bello rostro de mi hermana con sus cientos de medallas colgadas al cuello ha desaparecido dejando paso a una mujer luchona, pero muy cansada por el desencanto.
Y mi padre, ¡ah mí amado padre! Por más que busco en antiguas fotografías ese amor que siempre me tuvo y los consejos y los regaños así como todo ese cariño que nos dio a manos llenas porque la pobreza no le dejaba nada más qué compartir con nosotros excepto su amor, a él también lo busco desesperada y su olor y buen humor ya se han perdido.
He vuelto a recorrer las antiguas calles de mi barrio, y también el tiempo se ha encargado de borrarlas. Nuevos pavimentos, casas más grandes pero más vacías llenan espacios que ya no son míos y la gente que antes las habitaban se ha ido a no se qué nuevo territorio a encerrarse protegiéndose del miedo.
Olvidé el olor del huele de noche de mi madre, el color de nuestras mañanas, la amplia avenida Eduardo Molina sin autos y tranquila y lo divertido que nos resultaba tirarnos a media calle seguros porque ningún coche se veía a la distancia.
Incluso se me han borrado los rostros de nuestros vecinos de calle con quien nos divertíamos todas las tardes. El avión, coleadas, tochito, stop, escondidas, bote pateado y demás juegos populares y antes tan cotidianos, ahora son nombres absurdos y desconocidos para nuestros hijos.
Vicente, Roberto, Efrén, Javier; tantos y tantos enamorados que conocí y me conocieron, que amé y me amaron son ahora nada más un recuerdo sin rostro porque por más que aliento a la memoria, el sabor de sus besos se ha perdido. No se a qué sabía el amor de cada uno.
Y qué decir de Patlán, el caballero andante con su reluciente armadura que siempre desfacía entuertos y libraba batallas perdidas junto con esta tropa de chiquillos que lo tratamos como igual pese a los muchos años que nos llevaba.
¡Ah Patlán, qué sería de tan enigmático personaje que con nerviosismo y mirada dispersa, cargó a mi sobrina y así nervioso e inquieto por fin descubrió el misterio de tanta insistencia en sus visitas. Por desgracia su Dulcinea (yo), voló a los brazos de otro caballero sin armadura y sin pretensiones, pero más acorde a mi escasa edad.
Hoy mi sobrina también dejó de ser bebé y ahora incluso es madre y a esa pequeñita de sonrisa limpia ya la he perdido en los inverosímiles caminos del tiempo.
Hoy quise recordar el olor del pasado, el sabor de la comida no artificial, la textura de las pieles que toqué y me tocaron, el viciado sonido de mis aquellas estaciones de radio favoritas (Radio Capital, La Pantera, Alegrías Musicales y Radio Educación).
Hoy la nostalgia me hizo añorar un tiempo pasado que no fue mejor, pero fue mi tiempo y al mirarme al espejo descubro que incluso aquella que era antes, se ha olvidado en alguna parte y da paso a esta que ahora reconozco más y someto menos, esta mujer grande y transparente que enfrenta la vida con sinceridad y honestidad esperando que en el camino estas nostalgias se queden grabadas, porque si bien hoy descubrí que estoy olvidando el pasado, también me doy cuenta que éste no se ha borrado de mi corazón, único lugar en donde siempre lo tendré guardado como tesoro invaluable.
Hoy me di cuenta que todos hemos crecido.
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