Ir al contenido principal

El por qué de mi soltería

Hace poco volví a escuchar esta tan sonada frase de “todas las mujeres son iguales” y por supuesto la réplica exaltada de: “todos los hombres son iguales”.

Y es por eso que hoy me saltó la duda de qué tan iguales o tan diferentes somos unos de otros y en particular, qué tan igual o diferente soy de las otras y qué diferencia quiero encontrar en alguien con quién compartir mis momentos de alegría y esos escasos de tristeza, enojo, enfado, flojera, aburrimiento y en fin tratar de explicar(me) el por qué me conservo soltera.

Así es que desde mi experiencia cuento mi historia.

No siempre he sido soltera. La verdad es que intenté entrar en el engranaje social de ser novia, esposa y madre pero desafortunadamente e insisto en este punto, no soy tan igual como mis demás congéneres, así es que fui una novia revolucionaria sin celos, sin obligaciones, sin exigencias, con apertura para el conocimiento de otras y otros para reafirmar el gusto por no estar con esos otros y con la convicción de que como novia estaba perdidamente enamorada. Por supuesto que hablo de mi adolescencia.

Como esposa también fui o intenté ser “normal”. De esas esposas no de antes, más bien de ahora en donde la jornada de trabajo era no de ocho, sino de dieciséis horas con una casa limpia, nuestra ropa lavada y planchada, desayunos comidas y cenas con juguito recién hecho y cuando era posible, incluso postre. Sentimentalmente el amor por mi parte era inmenso e intenso pero sin caer en absurdos posesionamientos (de poseer). Mi idea de familia es y siempre ha sido por un lado la confianza de estar por convicción y la libertad de dejar de estarlo cuando ya no hay convicción, así es que me entregué a una relación en la que quise reproducir todos los aspectos positivos que había en mi propio hogar pero como insisto, somos intérpretes de nuestras propias vivencias y por supuesto que nunca supe a ciencia cierta cuál era el sentir del otro todo terminó.

De esto ya hace más de cinco años y de esa fecha para acá no he tenido una relación en el sentido estricto de la palabra.

He conocido hombres maravillosos, otros no tanto, algunos acomedidos y los más interesados en mi bienestar económico a cambio de su bienestar sexual, pero desafortunadamente e insisto, nací y crecí libre y en serio y en broma digo que “todavía no ha nacido el que me mantenga”, aunque realmente lo que quiero decir es que: “todavía no ha nacido el que me tenga”.

¿Por qué? Porque tengo la convicción de que somos y estamos con otro por querernos compartir con él, mas no para poseernos y apoderarnos porque en esta vida sólo somos dueños de nosotros mismos y de nadie más, ni siquiera de los hijos.

Pero ahora vamos a la parte macabra de la historia.

Efectivamente. Estoy convencida de que si no soy propiedad de nadie, tampoco quiero ser la dueña de nadie porque entonces la libertad se trunca y la alegría de compartirse con el otro se evapora.
Pero por desgracia y digo desgracia porque ahí radica mi rareza, fui criada por un hombre maravilloso que fue mi padre y de quien aprendí por observación tres sentencias de vida que he tratado de seguir al pie de la letra:

1.- Mi padre fue un hombre que amó intensamente a mi madre. Por desgracia no la amó como ella hubiera querido ser amada pero lo puedo asegurar porque lo vi, él es la primera persona que pude comprobar, murió de amor, de amor por ella. Así es que yo no encuentro otra manera de entender el amor si no es amando intensamente.

2.- Él me enseñó a retractarme en la vida y quisiera llegar a vieja con esa fuerza de carácter que tuvo para admitir que estaba equivocado. Pero no sólo eso, hacer todo lo posible para corregir el camino y reeducarse. De él aprendí a cambiar de opinión.

3.- Y aunque existen otras muchas más enseñanzas de vida que me dejó, la tercera en importancia es que de él aprendí a no quedarme con las ganas de hacer nada en la vida, de probar, de intentar, de hacer las cosas y si me gustan, adoptarlas y si no, simplemente no sufrirlas y decir adiós y muchas gracias, en fin, me enseñó a nunca vivir el “y si hubiera” que pesa tanto y lastima.

Y es así que me encuentro en estos ya más de cinco años en los que puedo afirmar y confirmar que no he tenido pareja porque efectivamente, no he tenido una relación de pareja en el estricto sentido de la palabra con todos los derechos y obligaciones que ésta conlleva porque me involucré en una relación abierta.

Lo probé, lo intenté y puedo asegurar que fui inmensamente feliz pero a últimas fechas la felicidad poco a poco se iba mermando.

Insisto, no quiero confirmar que “todos los hombres son iguales” porque no lo son, pero también puedo asegurar que yo no soy igual a todas las mujeres y se lo que quiero y también lo que no quiero y se que no quiero una relación abierta.

Las razones son tan simples y tan personales que hasta rayan en lo ridículo, pero es la verdad. Lo mío no son celos, se que el gusto por otras y otros existe y que observamos y nos emocionamos y admiramos y hasta soñamos con otros, es natural y hasta sano ver lo que hay a nuestro alrededor. Tampoco es querer cambiar al otro. Ese otro que comparte esa pequeña parte de su vida conmigo es maravilloso porque ese como es y dentro de su hermosa vida así me gusta y así lo quiero y no pretendo que cambie ni que sea diferente primero porque lo respeto y segundo porque si ha llegado a donde está siendo como es algo está haciendo bien.
Mi razón de no aceptar el ser compartida es por desgracia una autoestima muy raquítica y tendiente a la baja y que me hace dudar de mi misma. Pero no de mis convicciones ni de mis ideas ni mucho menos de mis pensamientos, esos son falibles y perfectibles afortunadamente. Mi debilidad es este cuerpo de barrilito que Dios y mis padres y los genes familiares me dieron.
Y es ahí en donde la tristeza de estar en una relación abierta comenzó a entrometerse entre la dicha de estar con ese hombre a quien ahora amo y el dudar de si en la intimidad piensa o está o disfruta o se entrega a mi o a la que está más delgada, a la que es más diestra, a la que incluso le demuestra más amor.
Insisto, no es ni sufrimiento ni tristeza ni desamparo ni muerte en vida. Es una realidad que es y acepto y por lo mismo, ya no quiero porque a mí en lo personal me duele. Y no porque no haya intentado abrir la mente y conocer ese otro estilo de vida y amor que se comparte con muchos y muchas. Incluso pude bucear en las aguas de la apertura y salir, intimar, convivir, intentar conocer a otros pero el intento cuando es primerizo es novedad, pero si no me gusta (y no me gustó la experiencia), no le encuentro el caso. Así es que la decisión fue instantánea y sin pensarla, conservo al amigo y pierdo al amante, así sin más.

En fin, toda esta exposición sirve nada más para aclarar(me) y exponer(me) todo este por qué de mi no aceptación a las relaciones abiertas y solamente entender que la sentencia de que “todas las mujeres son iguales” a mi no me aplica.

También esta catarsis me sirve de autoayuda para recordar que pese a mi pesimismo en el aspecto emocional, se que al menos en esta ciudad existe una persona que es completamente afín a mis necesidades intelectuales y sexuales y que el amor que por él siento es tan maravilloso que probablemente me lleve mucho tiempo adaptarme a no demostrárselo, regalarlo en canda encuentro y compartirme con él. Pero que así como existe él, probablemente exista otro igual de inteligente pero sin la necesidad de querer recuperar tiempo perdido y repartir amor por todos lados con múltiples parejas. Puede que exista y no se si por casualidad me encontré a ese otro así como por casualidad me encontré a este.
Y si también por casualidad no me lo encuentro, qué le vamos a hacer. Como ya lo escribí, mi pesimismo es únicamente emocional y no estilo de vida, así es que quiero cerrar este texto nada más afirmando y confirmando que después de tantos días con sus respectivas noches de pensar y pensar y ya con más entendimiento de una situación que llegó así, de improviso, recupero mi membresía al club de los optimistas y lo digo con todas las letras.
Hoy volví a amanecer feliz. Soy feliz como siempre lo he sido por naturaleza.

Comentarios

lichazul ha dicho que…
todo un manifiesto clarito y pulsante
un eco de muchas caminantes que hacen de la soltería su estandarte

yo en trámites de divorcio jajaja
qué tal?'

besitos de luz amiga bella
con las mejores vibras
MAEL ha dicho que…
Efectivamente, no hay hombre ni mujer igual, cada uno nace con su propia personalidad, cualidad y proporción estética, aún más cada uno nace con su propia vocación y su propio intelecto.
Al desear vivir como pareja cada uno tiene una necesidad especifica que cubrir, "el derecho a la no perfección radica en amar lo que el otro me proporciona"; es de esa manera que sobrevivimos a las diferencias (llamadas comunmente defectos) del otro.

Aunque me falta experiencia al respecto porque ya puedo contar más años de mi vida casada que soltera, puedo decirte que si un día decidiera experimentar mi soltería de nuevo y quisiera mantenerme así, lo haría porque la vida me ha enseñado que solo sola se es independiente plenamente..."la independencia no es la virtud del amor; el amor es entrega".
Es difícil como ser humano, equilibrar ese estado de compromiso e individualidad que se pretende vivir en pareja.
Así que como creo que se puede añadir mucho a el tema solo atino a decirte, "Siempre hay alguien esperando a alguién más que cubra alguna necesidad propia" si ese alguien llega en bellas formas melocotonas se volvera un melocoton para conquistarla... Mientras llega Disfruta la vida Intensamente.
¡Promesa cumplida! y regresamos...

Entradas populares de este blog

Me gustan los hombres de bigote.

He llegado a la conclusión de que me gustan los hombres de bigote. Creo que un buen mostacho tiene mucho qué ofrecer en una relación. Hay bigotes anchos, otros delgados, pero todos hacen cosquillas al besar, segunda cosa que me encanta (los besos por supuesto). Los bigotes niños apenas y despuntan, pero le dan cierto aire de madures al portador, los anchos y obscuros, me hacen pensar en un hombre serio, muy formal, los delgados me evocan, no se por qué, la imagen de un Don Juan empedernido, será porque Pedro Infante casi siempre portaba bigote escaso. ¿Pero qué es lo interesante de un bigote además del marco que le da al rostro del portador? Como ya lo dije, de principio el beso, que se vuelve toda una experiencia erótica cuando va unido a un buen bigote, las sensaciones tan intensas que puede tener la piel cuando ese mismo bigote recorre con besos pequeños toda la anatomía, el sentir un suave rose en cualquier parte del cuerpo con esa escobetilla puede incluso ser el pase al cielo. El...

Carta apócrifa, que no espuria de Pedro Armendaris a Natalia la primera

Mi muy amada Natalita: Discúlpeme lo tarde en que le doy respuesta a su último mensaje. No tengo una razón lo suficientemente de peso para no haberme aplicado a la tarea de darle respuesta pronta porque bien sabe que el saber de usted me mueve a querer correr a su lado y no nada más a dedicarle unas cuantas letras. También no le puedo mentir, me conoce hombre de ocupaciones absorbentes y el ser figura pública me hace desentenderme de mis otras actividades privadas que usted tan bien conoce. Pero me sabe ferviente admirador que soy de usted y de su persona y el tiempo se me hace eterno para poder sentarme y escribirle como usted se merece, con el corazón en la mano. Porque de todos los habitantes del planeta sólo usted Natalita me conoce en el fondo y sabe de mis quebrantos, de este aferrarme a querer ocultar lo emocional que a veces me torno y que el personaje dista mucho del hombre sensible que soy en realidad. Y así como me oculto sensible, también tengo que ocultar este amor t...

¿Jugamos a las muñecas?

Desde niña me gustaron las muñecas. No se qué extraña sensación protectora despertaban en mi que me hacían sentir la dueña de la situación y la que ponía las reglas cuando con ellas jugaba a la casita, a tomar el té o a bañarlas y cambiarlas. Las muñecas siempre fueron mi pasión y mi padre la alentaba regalándome una diferente, la más moderna, la más sofisticada o la más antigua en cada uno de mis cumpleaños hasta que llegué a los diez. A partir de ese año, ni las muñecas nuevas ni mi padre volvieron a aparecer en mi vida porque decidió dejarnos. A raíz de eso mi madre se volvió visible porque antes sólo era la que mantenía la casa limpia, la que me bañaba y arropaba por las noches y la que siempre estaba ahí como testigo silencioso de mis juegos. Nunca abrió la boca para decirme si me quería o no. Del silencio pasó al abandono. Comenzó con un trago a media tarde para poder relajarse y conciliar el suelo, después uno en las mañanas para afrontar el duro trabajo de costurera que había t...