La fábula de la gallina Cleofás o de los huevos casi sin madre.
La gallina Cleofás estaba cómodamente instalada en su atemperado nido en donde con amor y entrega cuidaba de sus no natos 12 polluelos, pensando en nada y sólo dejando pasar las horas entre pestañeo y pestañeo y sólo esperando, esperando.
De la nada (bueno, la nada era la mano del dueño del gallinero que tuvo la ocurrencia de conseguir otro gallo para pisar a las gallinas), apareció él, el gallo Armagedon con su imponente cresta y sus alas relucientes dominando el panorama y tapándole los ojos y el alma a la indefensa Cleofás.
Ella no tuvo más remedio que admitirlo, Armagedon era su sueño hecho realidad, el gallo con el que siempre había soñado, el prototipo de semental que cualquier gallina de buena cuna hubiera querido tener entre las piernas.
Se le dilataron las pupilas, las alas le temblaban, de repente sintió cosquillas entre las piernas y el guacal aunque ya en palabras galleniles, se dio cuenta que no era otra cosa más que los corucos que le corrían por toda la pechuga.
Justo cuando estaba sacando una patita del nido sintió un aire frío que se colaba dentro, y a éste siguió el sonido inconfundible de algo quebrándose. Sus hijitos los polluelos le estaban avisando uno a uno que ya estaban listos para volverse realidad.
Con la patita al aire dudo, vaciló, quería correr tras el gallo Armagedon y declararse su más ferviente admiradora para paladear los jugos de un sexo que con semejante espécimen, simplemente se le antojó delicioso pero por otro lado el sonido del cascarón rasgándose le movía las entrañas porque, literalmente, cada uno de sus polluelos le había costado un huevo.
Levantó la crisma, entornó los ojos, devolvió la patita dentro del nido y se dijo:
-¡Pinche gallo, no vale la pena terminar mi empresa por alguien que de seguro después de mi, se va a tirar a todas las gallinas del gallinero!-
Cerró los ojos y sólo entonces se dio cuenta que todos sus polluelos ahora ya nacidos la llamaban a gritos diciendo pío, pío, pío, que en idioma pollito quiere decir.
-¡Somos tu esfuerzo y tu recompensa, gracias mami!-
Por supuesto, el gallo Armagedon, ni siquiera pudo darse cuenta de lo que había pasado.
La gallina Cleofás estaba cómodamente instalada en su atemperado nido en donde con amor y entrega cuidaba de sus no natos 12 polluelos, pensando en nada y sólo dejando pasar las horas entre pestañeo y pestañeo y sólo esperando, esperando.
De la nada (bueno, la nada era la mano del dueño del gallinero que tuvo la ocurrencia de conseguir otro gallo para pisar a las gallinas), apareció él, el gallo Armagedon con su imponente cresta y sus alas relucientes dominando el panorama y tapándole los ojos y el alma a la indefensa Cleofás.
Ella no tuvo más remedio que admitirlo, Armagedon era su sueño hecho realidad, el gallo con el que siempre había soñado, el prototipo de semental que cualquier gallina de buena cuna hubiera querido tener entre las piernas.
Se le dilataron las pupilas, las alas le temblaban, de repente sintió cosquillas entre las piernas y el guacal aunque ya en palabras galleniles, se dio cuenta que no era otra cosa más que los corucos que le corrían por toda la pechuga.
Justo cuando estaba sacando una patita del nido sintió un aire frío que se colaba dentro, y a éste siguió el sonido inconfundible de algo quebrándose. Sus hijitos los polluelos le estaban avisando uno a uno que ya estaban listos para volverse realidad.
Con la patita al aire dudo, vaciló, quería correr tras el gallo Armagedon y declararse su más ferviente admiradora para paladear los jugos de un sexo que con semejante espécimen, simplemente se le antojó delicioso pero por otro lado el sonido del cascarón rasgándose le movía las entrañas porque, literalmente, cada uno de sus polluelos le había costado un huevo.
Levantó la crisma, entornó los ojos, devolvió la patita dentro del nido y se dijo:
-¡Pinche gallo, no vale la pena terminar mi empresa por alguien que de seguro después de mi, se va a tirar a todas las gallinas del gallinero!-
Cerró los ojos y sólo entonces se dio cuenta que todos sus polluelos ahora ya nacidos la llamaban a gritos diciendo pío, pío, pío, que en idioma pollito quiere decir.
-¡Somos tu esfuerzo y tu recompensa, gracias mami!-
Por supuesto, el gallo Armagedon, ni siquiera pudo darse cuenta de lo que había pasado.
Comentarios
Felicidades a la gallinita Cleofás por su buena eleción.
Besos, Nata.
Felicidades a la gallinita Cleofás por su buena eleción.
Besos, Nata.