Desde niña me gustaron las muñecas. No se qué extraña sensación protectora despertaban en mi que me hacían sentir la dueña de la situación y la que ponía las reglas cuando con ellas jugaba a la casita, a tomar el té o a bañarlas y cambiarlas. Las muñecas siempre fueron mi pasión y mi padre la alentaba regalándome una diferente, la más moderna, la más sofisticada o la más antigua en cada uno de mis cumpleaños hasta que llegué a los diez.
A partir de ese año, ni las muñecas nuevas ni mi padre volvieron a aparecer en mi vida porque decidió dejarnos.
A raíz de eso mi madre se volvió visible porque antes sólo era la que mantenía la casa limpia, la que me bañaba y arropaba por las noches y la que siempre estaba ahí como testigo silencioso de mis juegos. Nunca abrió la boca para decirme si me quería o no.
Del silencio pasó al abandono. Comenzó con un trago a media tarde para poder relajarse y conciliar el suelo, después uno en las mañanas para afrontar el duro trabajo de costurera que había tenido qué adoptar para que pudiéramos sobrevivir, ahora ya no se cuantas botellas se toma al día, mi casa siempre está llena de litros y litros de alcohol.
Pero yo no he dejado de lado mi afición, seguimos jugando a la comidita, sigo disfrutando de probar uno y otro vestidito nuevo, maquillando y peinando, sólo que ahora la muñeca está rota como aquella antigua canción infantil, tengo una muñeca fea que todos los días huele a alcohol y yo apenas tengo doce años y sigo jugando con ella cuando como fardo se queda sentada en la sillita de té delante de mis tacitas infantiles.
A partir de ese año, ni las muñecas nuevas ni mi padre volvieron a aparecer en mi vida porque decidió dejarnos.
A raíz de eso mi madre se volvió visible porque antes sólo era la que mantenía la casa limpia, la que me bañaba y arropaba por las noches y la que siempre estaba ahí como testigo silencioso de mis juegos. Nunca abrió la boca para decirme si me quería o no.
Del silencio pasó al abandono. Comenzó con un trago a media tarde para poder relajarse y conciliar el suelo, después uno en las mañanas para afrontar el duro trabajo de costurera que había tenido qué adoptar para que pudiéramos sobrevivir, ahora ya no se cuantas botellas se toma al día, mi casa siempre está llena de litros y litros de alcohol.
Pero yo no he dejado de lado mi afición, seguimos jugando a la comidita, sigo disfrutando de probar uno y otro vestidito nuevo, maquillando y peinando, sólo que ahora la muñeca está rota como aquella antigua canción infantil, tengo una muñeca fea que todos los días huele a alcohol y yo apenas tengo doce años y sigo jugando con ella cuando como fardo se queda sentada en la sillita de té delante de mis tacitas infantiles.
Comentarios
que recuerdos de infancia!!!
jugue tanto a las muñecas y a la casita
así como también a otros juegos no tan de niñas(me encantaba jugar con los chicos a sus pichangas de barrio y encaramarme a los árboles ...cosa que aún hago jajajaja cuando se dá la ocación)
pero que trasfondo dejas
"mi madre se hizo visible"...es mu muy fuerte
porque será que en muchos hogares la madre pasa desapercivida no sólo para los hijos sino que se vuelve un utencilio para el compañero???
felíz primavera
por este lado llega:-)
saludos Tia