-Ven, acércate, hace tanto tiempo que no te veía que me siento como la primera vez que hicimos el amor. Se que no me buscaste después de tantos años, que fui yo la que insistí en esta cita, pero qué quieres, no he podido dejarte de amara aun el tiempo y la distancia.
-Por eso te pedí que me regalaras esta noche, por eso mismo quiero que a partir de este momento pienses en mi como en tu esclava, soy un regalo vivo, yo misma me entrego a ti por completo, esta noche soy tuya, esta noche soy para ti.
Él se acercó despacio e intentó besarla pero ella lo apartó con suavidad obligándolo a quedar sentado en la cama.
-No seas tan precipitado, tenemos toda la noche, porque me vas a regalar la noche entera ¿no es verdad? Espérame aquí, no te muevas, no te desvistas, hoy es tu noche y todo tiene qué ser especial, diferente a cualquier otra de nuestras noches porque esta es nuestra noche, es la última vez que estamos juntos. Pon música, tu favorita, clásica por supuesto y espérame, no tardo.
Se dirigió a la ducha y refrescó su cuerpo. No pudo evitar que unas lágrimas rodaran por su ahora limpio cuerpo porque sabía que era la última vez que lo veía. Mojó un poco las puntas de su cabellera y se secó sintiéndose limpia de cuerpo y alma, un poco de la tristeza que sentía se había lavado con esa ducha rápida. Salió, se perfumó ligeramente con la fragancia que sabía que a él lo volvía loco y así, con el alma y el cuerpo desnudos se dirigió a la recámara caminando despacio, con pasos de felina, vistiendo únicamente la máscara de felicidad y tranquilidad que reflejaba su rostro pero que en el fondo distaba mucho de sentir.
Lo besó tiernamente en la boca sin darle tiempo a reaccionar y él la miró sorprendido por su belleza. Hacía tanto tiempo que no la veía que los recuerdos que de ella le quedaban eran ya una bruma. Teniéndola ahí frente a él completamente desnuda la deseó tanto que la predicción de ella fue cierta, se sintió tan deseoso como la primera vez.
-Te sigo amando tanto que quiero perderme en ti. ¿Qué quieres que haga? Dime tu más loca fantasía. Recuerda que hoy soy tu esclava. Quiero llevarte al paraíso para que nunca más me olvides.
Lo siguió besando tiernamente por todos los rincones de ese rostro que tanto había amado y con esas manos ya expertas por los años y las experiencias vividas, lo fue desnudando muy lentamente haciendo escalas en los puntos que sabía lo excitaban para prolongar el placer y volverlo loco de deseo.
Él al principio no supo qué hacer, la deseaba y al mismo tiempo la desconocía, era un cambio tan radical entre esa que conoció tímida y pudorosa y la que ahora se le presentaba como la más experimentada Mesalina. Poco a poco cayó en el juego y sus manos recorrieron aquella espalda tersa, las piernas carnosas, las nalgas aun duras y apetecibles y se impregnó del aroma, devoró la piel y saboreó aquellos senos que después de tantos años ya había olvidado le eran tan deliciosos.
Cuando estuvo completamente desnudo ella suavemente lo obligó a no tocarla aunque fue toda una proeza porque ya él la quería para si.
-No amor, todavía no, recuerda que soy tu esclava pero quiero que no me olvides, que esta vez sea memorable.
Comenzó a regarle miguitas de ternura por todo el cuerpo disfrazadas de besos tiernos. Con la cabellera húmeda recorrió la piel con toda la intención de prolongar el placer y hacer crecer el deseo y no hubo rincón que no recorriera.
Intencionalmente se saltó el pene, que aunque ya estaba más que erecto, no recibió ni una sola caricia de las que ella sumisamente estaba prodigando a toda la anatomía. La estrategia era intencional, quería que la deseara tanto como si fuera amor lo que estuvieran haciendo y no simple sexo como siempre había ocurrido entre ellos.
Cuando le llegó el turno a la entrepierna, el deseo era ya una necesidad apremiante. Él obediente no había utilizado las manos, se había dejado querer y recibió toda esa entrega estoicamente, sin protestar, sin dar, siendo egoísta por una vez en su vida y disfrutando de esa entrega que todavía no sabía a cuenta de qué ella le estaba brindando.
El sock fue inmenso, los lengüetazos y las succiones lo llevaron al orgasmo y no pudo contenerse, ella lo llevó al paraíso prometido utilizando todas las técnicas de felación que se habían escrito en todos los tiempos y el placer fue insoportablemente delicioso.
Lo dejó descansar, incluso dormitaron un momento y ahora ella misma fue la que le tomó las manos y las dirigió en un nuevo inicio. Las llevó a sus senos, él los acarició con ternura y después los aprisionó completos, uno en cada mano. Iniciaron la danza y esta vez ella fue la que recibió caricias por todo el cuerpo.
Ella dirigió el baile, ella guió aquellas manos largas y aun suaves hacia los lugares que más la excitaban, ella marcó el ritmo y decidió qué espacios si recorre y cuales no, y nuevamente lo encontró erecto y deseoso.
Sin pensarlo se sentó sobre ese miembro que ya la tenía más que húmeda, pero no hizo ningún movimiento, sólo lo atrapó con su humedad y se inclinó para susurrarle al oído las más tiernas palabras de amor que él jamás hubo escuchado en toda su vida, incluso después de sea noche.
Le confesó cuanto lo amaba, cuanto lo había amado, le pidió perdón por la inmadurez de antes, por la experiencia de ahora, por haber mancillado ese cuerpo con otras manos que había querido porque todas le recordaban las de él. Fueron tantas las tiernas frases de amor propias y ajenas dichas desde el corazón que ahora era el alma la que había sido acariciada por completo.
Después sólo existió el amor entre ellos, hicieron el amor de mil formas en esa noche y aun él tan resistente a dejarse tocar por ese sentimiento lo experimentó con cada poro de su piel, dio y recibió amor dejando el sexo de lado y se llenaron el uno del otro hasta terminar exhaustos y amorosos.
Al otro día ella sólo dijo adiós, sin explicaciones, sin ninguna emoción reflejada en ese rostro que aquella noche brilló con luz propia. Incluso él distinguió un dejo de tristeza en esos ojos que ahora amaba sin poder confesarlo porque sintió que algo no estaba bien, que, como ella lo había prometido, esa era la última vez que se veían y algo le dolió pero no supo distinguir en donde. Cuando se dieron el beso de despedida a ambos les dolió el alma, pero él no tuvo el valor de confesarlo y decirle que no se fuera y ella salió huyendo sin dar más explicaciones.
Hasta después de un año se enteró por casualidad al platicar con una conocida del por qué de esa noche, de los motivos de esa entrega especial, de qué la había orillado a ella, su eterna amada a entregarle todo lo que era en esa noche que nunca pudo olvidar y la revelación lo dejó vacío.
Ella, su amada, era madre de un chico que, al hacer cuentas mentales, bien habría podido ser su hijo, y si hubiera investigado un poco más lo habría constatado pero le dio miedo en ese momento saber la verdad.
Este joven pese a su corta edad, tenía problemas cardiacos, sólo podía ser salvado con un transplante de corazón pero la lista de espera era muy grande y sólo había una solución.
Ella no lo dudó, hizo en esa semana todo lo que ya no haría en lo poco que le quedaba de vida, una vida que entregaba por amor, por cariño, convencida de lo que hacía. Decidió reencontrarse con el padre de su hijo para decirle cuanto lo amaba y lo mucho que le estaba agradecida por darle lo más grande y bello que tenía y no se le ocurrió otra forma más palpable que esa única noche. Le quiso confesar lo de su paternidad, pero en el último momento le dio miedo de que quisiera conocerlo, saber lo que pasaba, y no le permitiera entregar ese corazón tan lleno ahora de amor, que prefirió callar y por eso ya hizo el intento de volverlo a ver o explicarle todo.
A él sólo le quedó llevar una rosa blanca su favorita, a la tumba y unos meses después conoció a su hijo.
A partir de su primer encuentro ya no se separaron y ambos recordaron con cariño a aquella que sólo les enseñó a amar desinteresadamente.
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