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Una carta de amor.


Yo nací en una época en que la ciudad, ésta, mi querida ciudad era otra; no había ni tantos autos, ni tanta gente, ni corría el dinero como ahora. Viví en un barrio pobre que con el paso del tiempo dejó de serlo (aunque nunca ha dejado de ser barrio).
Mi infancia fue como la de muchos niños de mi época, poco dinero, muchos hijos, mucha hambre y más necesidad que nos hacia vivir descalzos, deseosos de muchas cosas pero niños al fin, traviesos y juguetones.
Lamentablemente, y como ya lo dije, eran otras épocas, mi padre nunca habló conmigo en su juicio y mi madre, quien lo fue como eran casi todas las madres de antes, cuando todavía bien hubiera podido jugar con muñecas, era una mujer cariñosa y cómplice que me quiso más que nadie, que me enseñó el cariño incondicional de una madre y que vivió y murió por sus hijos, a la edad en que muchas mujeres de hoy en día apenas comienzan a disfrutar de su libertad.
Dejó su vida en el lavadero, murió por sus hijos, (los vivos que fueron mucho menos que los muertos), y murió de dolor por las golpizas de mi padre y de anemia, y de tristeza por tanta pobreza, y a lo mejor, murió para ya no seguir padeciendo, se fue cuando apenas tenía 32 y me dejó cuando más se necesita una madre amorosa, toda la vida.

Es el único recuerdo feliz que tengo de mi infancia, a partir de ese momento, nadie se preocupó o se ocupó de mi, ni mi padre que siempre olía a pulque, ni mis hermanas, gozosas de hacer su voluntad en la familia, que, dicho sea de paso, no heredaron para nada el gran corazón de mi madre.

Crecí, y en mi juventud la cosa fue diferente, conviví con amigos muy queridos, vecinos, compañeros, lo que ahora llamarían banda, casi todos rocanroleros, nos encantaba el baile, las fiestas, nos organizábamos los fines de año para adornar la calle, las competencias para ver cúal tenia el mejor adorno eran en grande, todos los vecinos cooperaban para el arreglo y no faltaba la señora que por 10 centavos, quería farol de los grandes, escarcha, luces y todo y pues cómo? Crecí entre la banda, conocí de todo, tugurios, rateros, incluso drogadictos, que en mi época eran pocos y no muy bien vistos, pero nunca caí en eso, tuve mi pandilla, las peleas a golpes eran frecuentes, la defensa de “nuestras mujeres”, constantes, pero así era la vida en mis tiempos.

En una de estas fiestas la conocí, sus rasgos orientales me cautivaron y desde ese día ha sido el amor de mi vida porque nunca la he olvidado. Con ella crecí y olvidé mis penas de juventud, mi soledad, las tantas y tantas veces que mi padre y mis hermanas me corrieron de la casa; a su lado crecí y me hice responsable, terminé la primaria por mi cuenta y la ame tan intensamente como se puede amar a una mujer que llena ese enorme hueco de necesidad de afecto que da la soledad.

Crecimos juntos, nos amamos muchos años, y me llenó de dicha no una, cuatro veces con cada uno de los hijos que tuvimos y uno que se nos quedó en la lucha por la vida.

No fuimos ricos, nuestro cuarto era de cuatro por cuatro, de madera, pero hice todo lo posible por darles lo mejor, por luchar día a día por ellos, por hacerlos felices dándoles lo que a mi me hizo falta, presencia, libertad, atención. Aun a ella, a mi amada, le di la libertad de crecer, de conocer cosas nuevas porque quería una familia diferente, que aprendiera lo que para muchas mujeres de su tiempo estaba prohibido, mis hijos crecieron libres de muchas cosas, pero carentes de algo que yo no supe dar porque no sabía cómo, afecto.

No es que no los amara, es que no sabía cómo demostrárselos, y a todos los quise por igual, pero de cada uno admiraba algo especial.

De mi hija mayor, su independencia, qué orgulloso me sentía de verla abrirse paso en la vida después de que no quería ir ni a la esquina sola, luchar y no desistir, caer y volverse a levantar, mi hija mayor siempre ha empezado desde abajo, y si cae se vuelve a levantar, ella es mi orgullo.

Mi hijo el que le sigue, él fue mi lado fuerte, el que no se doblegó por cargar cajas, en llegar rendido de cansancio cuando apenas tenía 12 años y corría a ayudarme en el trabajo, era el de la fuerza bruta y el gran corazón, porque con su ganancia (poca por cierto), siempre cooperaba para la casa, la comida, no se, ayudaba con su sueldo, siempre me he sentido orgulloso de él.

Mi hija siguiente siempre me preocupó, su espíritu rebelde, siempre haciendo cosas de hombres, siempre trepando, raspándose, subiendo, escalando, no se en dónde le perdí la pista, pero cuando menos me di cuenta, me dio en uno solo el mayor gusto y la mayor preocupación de mi vida, me hizo abuelo. Aun ahora deseo que entienda que es fuerte, que puede salir adelante por ella misma, que yo me siento muy orgulloso de lo que ha logrado y que sus fallas como hace todo padre, las perdono, y aunque me duelen, siempre sigo velando por ella, también me enorgullece mi hija por su fortaleza.

Mi hijo el pequeño, ¡vaya calificativo para todo un hombre! Es también el más visionario, el que siempre ha luchado por lo que quiere, el que no dice lo intento, siempre ha dicho “Puedo”, es listo, creo que más como su madre que yo mismo, porque siempre ha salido adelante en todo lo que se propone, es también mi orgullo.

Hasta aquí creo que queda claro, todos mis hijos son mi orgullo porque fueron míos, porque los ví crecer y con el paso del tiempo me doy cuenta que son hombres y mujeres libres, honestos, trabajadores y con un corazón muy grande.

Nunca fui un padre amoroso, nunca les di un beso, un abrazo; nunca les dije “te quiero”, cómo? Si yo mismo nunca aprendí a hacerlo, pero saben que los amo, saben que son mis hijos y di la vida por ellos.

Mi compañera también fue mi amor, también le faltó que le dijera que la amara, pero cuantos años no fuimos felices, cuantas veces reímos juntos, nos hartamos de comer fruta que compraba con lo que ganaba en el trabajo diario, muchas veces nos fuimos de vacaciones sin pensar en parar en hoteles de cuarta o quinta, pero siempre juntos, siempre en familia. A mi esposa, a la que fue el amor de mi vida, siempre la ame, y ahora se lo puedo decir, no sabe cómo me siento orgulloso de ella porque también ha sabido salir adelante con sus propios medios, después de que la conocí flor silvestre y que ha aprendido que vale mucho y que muchas de las cosas que ahora hace, las aprendió de mi, aunque humildemente sólo le quise demostrar cuanto vale y cuanto la admiro, cuanto la amé. Mi esposa siempre será mi orgullo.

Pero lamentablemente ahora, en este tiempo, en este momento, no puedo dejar de hablar de mi hijo el más pequeño de todos, el que nació y no creció, el que todos adivinamos como el más inteligente, el más valiente, el más fuerte, el más listo de los 5, sólo quiero decirles que ahora en esta mi realidad, es el que más quiero, el que más me ha apoyado y ayudado y el que me ha enseñado más que todos mis hijos. ¿Por qué? Por que desde que los dejé a ellos, a mis cinco orgullos (mi esposa y mis hijos), él es el que me acompaña en este lugar en donde convivimos, él me ha enseñado a vivir y convivir aquí, en este lugar en donde ya nada duele, donde ya nada importa, donde el tiempo y el espacio no existen, cómo defino lo que yo mismo no entiendo? Sólo se que este día en que se cumple un año más de que dejé a mis grandes amores a mis hijos queridos, a mi esposa amada, mi hijo Roberto, el que murió antes de haber vivido, es el único que está conmigo en este lugar, en donde sigo cuidando de todos, en donde sigo al pendiente de todos y en donde ya no sufro ni padezco, ya no siento ningún dolor, sólo vivo para hacer lo único que me hizo falta hacer en vida, amar a mis amados hijos.

Por eso quise aprovechar esta oportunidad que me da el destino, la divinidad, yo que sé, para decirles que todos, los cinco son mi mayor orgullo, viví y morí dichoso desde el momento en que fuimos uno, en que nos llamamos familia, en que ya lejos todos (incluso mi amada), descubrí cuanto amor me faltó demostrarles y agradezco esta oportunidad para hacerlo, para decirles que a pesar del tiempo y la distancia, de lo etéreo de este instante, siguen estando en mi corazón.

Los amo “mi familia”.

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